Histórico triunfo del Levante ante el Madrid con un gol de Salva
04 feb 2007 . Actualizado a las 06:00 h.Ni la vuelta de Raúl, ni el regreso de Guti, ni la venta de Ronaldo, ni doña Milagros, la jueza del voto por correo, rescataron al Real Madrid del enorme socavón en que está metido. Un gol de penalti de Salva y un cerrojazo en toda regla bastaron al humilde Levante de Abel Resino para lograr un sonado e histórico triunfo en el Bernabéu que colmó la paciencia de una hinchada que, harta ya de estar harta, dedicó un pañolada tremenda al presidente, Ramón Calderón, y al entrenador, Fabio Capello, acompañada de gritos de «¡dimisión, dimisión!». Y ya la enorme bronca con la que Chamartín despidió a su equipo en el descanso fue un preludio de lo que vendría al final. Este ridículo Real Madrid, sin fútbol, sin gol, sin alegría y sin plan alguno, ni es un equipo en construcción ni nada que se le parezca. Es un sinsentido, una suma de jugadores que no saben a qué atenerse ni dan la talla exigible para jugar en el club teóricamente más grande. Ni siquiera a la brava, a la antigua usanza, fueron capaces de romper la férrea resistencia del Levante. Fueron una auténtica calamidad. Lento y previsible El Madrid, lento y previsible, dominó porque lo exigía el guión, pero fue incapaz de tirar paredes, romper la arriesgadísima línea adelantada dispuesta por Abel y entrar por la banda. Así, a nadie extrañó que apenas inquietase a Molina. Atrás, esta vez sin Cannavaro como chivo expiatorio, los blancos tampoco se mostraron contundentes. La única vez que los valencianos tiraron entre los tres palos, marcaron. Fue tras una bella acción del potente Kapo que acabó en un penalti clarísimo de Diarra a Tommasi. Salva no perdonó, aunque Casillas rozó el balón. Con un mundo por delante para remontar -80 minutos-, el Madrid no supo qué hacer con el balón, porque le quema y porque Capello es de los que lo desprecian. El reaparecido Guti no vive feliz tan alejado del área, y Raúl, también de vuelta, lo intenta por todos los lados pero le sobra esfuerzo y le faltan oxígeno y claridad. E Higuaín sigue a lo suyo. Se mueve bien, se desmarca, regatea, pero, de momento, tiene un problema grave: no la mete. Todo lo que hizo Capello en el descanso para arreglar el desaguisado fue quitar a Reyes, que se lo merecía, y dar entrada a Robinho. Sin embargo, no ofreció variante táctica o movimiento alguno exigible a un entrenador con su caché. Escondido durante gran parte del partido, sólo se levantaba para reclamar al árbitro algún penalti, como el absurdo y claro que Rubiales hizo al ariete holandés, pero que el árbitro catalán no vio. Cuando el atacante brasileño se lesionó, la alternativa era el chaval Nieto, que tuvo una oportunidad pintiparada para maquillar el fracaso, pero la estrelló en el palo. El Levante firmaba una gesta, aunque no se lo creía. El Bernabéu sí se lo venía venir, y después de muchos meses de paciencia explotó en una gran bronca final.