Muere Chete Lera, el actor que soñaba con ser dirigido por Woody Allen y encarnar al rey Lear

Xosé Ameixeiras
x. ameixeiras CARBALLO / LA VOZ

CULTURA

Lera, durante la representación en A Coruña de la obra teatral «La pasión según don Quijote».
Lera, durante la representación en A Coruña de la obra teatral «La pasión según don Quijote». Xosé Castro

Una salida de vía en Málaga truncó la carrera artística del veterano intérprete gallego

21 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El teatro perdió este viernes a su hijo. Chete Lera, Ramón Mariano Fernández Lera (A Estrada, 1949), solía decir que «el actor vuelve siempre al teatro, es su madre». Su coche se salió del guion y se lanzó por un desnivel de 50 metros en Rincón de la Reina (Málaga), en una zona de viveros, para arrancarle una vida llena de pasión artística que dejó plasmada también en 40 películas y numerosas series de televisión. Vivía en un pequeño pueblo malagueño junto a su pareja, Charo Martín-Crespo. Venía de darse un baño en el mar, como explica su hermano Joaquín en la despedida que le dedica en Instagram, en la que se confiesa «en shock» y que ilustra con una foto de ambos paseando por las rocas en Corcubión.

El actor era el mayor de once hermanos, que salieron músicos, pintores e inclinados a las artes. Era hijo de un corcubionés, de la familia de los Vara, pero él nació en A Estrada cuando su madre visitaba a una hermana. Marcharon para Madrid porque eran muchas bocas que alimentar. Su padre trabajaba por la mañana en el Ministerio de Agricultura y por la tarde en una gestoría. Cuando llegaba a casa, llevaba 24 barras de pan. Pero los veranos los pasaban en Corcubión. Aún se dice allí que el estío viene de verdad cuando llegan los Lera. Se autodefinían con humor como los madrileiros.

En la memoria de infancia de los hermanos permanecen los chorizos de la carnicería de Nemesio que asaban en el Castillo del Cardenal con vino a granel. «Era un botellón culinario», confesaba en una ocasión su hermano Héctor en una entrevista. Y luego por la noche iban al pub La Noche «a bailar y a mendigar que nos diesen un beso las chicas».

Chete se hizo ingeniero aeronáutico y piloto de aviones. Fue empleado de banca y cuando ya empezaba a embarcar hacia la madurez se le dio por estudiar psicología, tiempo en el que empezó a hacer teatro con sus compañeros, «gente rara», solía comentar en broma. Y ahí descubrió su vocación de actor, que animó con su esfuerzo autodidacta y autoexigente. «Lo mío fue casualidad. Estaba estudiando psicología, conocí a una gente de una compañía de teatro y fundé la mía en 1978», contaba sobre sus primeros pasos sobre las tablas.

Era amante de los animales, sobre todo de sus perros China y Pindo, otra referencia a la Costa da Morte. Su gran sueño era ser dirigido por Woody Allen. «Es el mejor, algo fuera de lo normal», manifestó en alguna ocasión. Aun así, trabajó con los mejores españoles: Medem, Amenábar y Armendáriz, entre otros.

Estaba considerado como uno de los actores más sólidos del panorama contemporáneo. Debutó en el cine en 1982 con el cortometraje Crisis, de Gerardo Losada. También se lanzó a la televisión. Mario Camus contó con él para la serie La forja de un rebelde. Fue a partir de ahí cuando su talento se puso de relieve. Varón bien plantado, con poso y firmeza ante la cámara, acabaría entrando en trabajos como Médico de familia, Cuéntame cómo pasó, El Ministerio del Tiempo o —la última, con Berto Romero— Mira lo que has hecho.

En el cine participó en películas tan destacadas como La ardilla roja (1992), de Julio Medem; Secretos del corazón (1996), de Moncho Armendáriz; Familia (1996) y Barrio (1998), de Fernando León; Abre los ojos (1997), de Alejandro Amenábar; Flores de otro mundo (1999), de Iciar Bollaín y cuyo guion estudió ese verano en Corcubión; Plenilunio (2000), de Imanol Uribe; Todo es silencio (2012), de José Luis Cuerda; A noite que deixou de chover (2008), de Alfonso Zarauza; y Finisterre (1998), de Xavier Villaverde, rodada en parte en la Costa da Morte. En el año 2002 se llevó el premio del Festival de Málaga al mejor conjunto actoral por la cinta Smoking Room, de Julio Wallovits y Roger Gual; con él estaban Juan Diego, Antonio Dechent o Eduard Fernández.

Pero siempre volvía a los escenarios, aunque lamentaba la situación del teatro en España. Le gustaba encarar personajes complicados, «de esos que se ve que están escritos para crecer en la interpretación». Una salida de vía acabó con su sueño de hacer un día el papel de rey Lear.