La rumana «Blue Moon», rara Concha de Oro en un palmarés de mujeres

jose luis losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Las realizadoras rumanas Alina Grigore (d) y Adrian Paduretu han conseguido la Concha de Oro a la  Mejor película  por su cinta  Blue Moon
Las realizadoras rumanas Alina Grigore (d) y Adrian Paduretu han conseguido la Concha de Oro a la Mejor película por su cinta Blue Moon VINCENT WEST

El cine español se va de vacío salvo Jonás Trueba y sus jóvenes actores

26 sep 2021 . Actualizado a las 16:59 h.

Por segundo año consecutivo, el Festival de Cine de San Sebastián deviene triunfo cualitativo y numérico aplastante del cine creado por mujeres. La Concha de Oro para la rumana Blue Moon, de la también actriz Aline Grigore, es solo el primer deslumbramiento femenino de un palmarés en el cual la medalla de Plata, el Gran Premio del Jurado, es para otra directora, la francesa Lucile Hadzihalovic, por Earwig. Y en ese escalafón, el bronce correspondiente a la mejor dirección corresponde a la danesa Tea Lindeburg por As in Heaven. No termina ahí el dominio casi absoluto de creadoras porque el premio de interpretación (desde este año el festival decidió suprimir la división por sexos) va a parar a dos formidables trabajos de actrices: uno también al filme danés de Tea Lindeburg y a la cuasi debutante Flora Ofelia Hofmann Lindahl, quien con solo 16 años logra transmitir la aterradora opresión de una religión rigorista, en este caso el luteranismo del siglo XIX. Y comparte ese galardón con otra de grandeza ya muy contrastada, la norteamericana Jessica Chastain, que brilla como la tele-evangelista de Los ojos de Tammy Faye.

Y esta preponderancia absoluta de las cineastas y las actrices en San Sebastian tiene una protagonista, este año indirecta. La presidenta del jurado, la directora georgiana Dea Kulumbegashvili hizo saltar el año pasado la banca en el Kursaal al llevarse todos los premios posibles por una obra extrema radicalidad titulada Begining. Y es imposible no sentir que el peso de esta cineasta está detrás de la mayor parte de las decisiones de este palmarés, una apuesta clara por películas de altísimo riesgo y de violencia interna aterradora. He escuchado estos días a algún comentarista de la caverna, algún odiador noqueado, quejarse de que el jurado de este festival lo compusiesen cuatro mujeres y solo un hombre. En un amago de aviso de que eso pudiera ser origen de nefastas consecuencias o siete plagas de Egipto. Como si esta discriminación, pero en un sentido opuesto, no fuese la norma de casi todos los cónclaves.

La Concha de Oro para Blue Moon es un abierto exceso si la valoramos dentro de una competición de muy alto nivel donde habitaba una obra maestra absoluta del cine de este tiempo, la británica Benediction, de Terence Davies. Pero dicho esto, es justo decir que hay en Blue Moon un ejercicio de estilo innegociable en su apuesta por mostrar la asfixiante atmósfera de hostilidad y agresión que sufre su protagonista en la Rumanía rural: hay una violación, acosos incestuosos y una ausencia de libertad de altísima toxicidad en el entorno familiar. Y la manera en que su directora, Aline Grigore, decide transmitir esa asfixia es una planificación de cámara en mano que sigue muy de cerca el cuerpo y el rostro de esa mujer, lo que transmite a Blue Moon una fisicidad y un naturalismo muy poderosos. Es cierto que ese mismo estilo es el que lleva a la disgregación narrativa, a la dificultad para seguir la acción ante tanto plano corto y convulso. Entiendo que esto expulse al espectador de la película.

Tampoco es cine de fácil digestión el de Erwig, el Gran Premio del Jurado. Su directora, Lucile Hadzihalovic, es un descubrimiento de San Sebastián. Y su concepto de la insania o de lo monstruoso no debe sorprender. Erwig, con su mansión donde una niña sin dentadura vive sometida por una secta es un oscurísimo y al tiempo fascinante juego con el universo decimonónico de Henry James aggiornado con incrustaciones que remiten al David Cronenberg de la carne y las pasiones que se expresan a dentelladas.

El patrón de Bardem y León, tanta risa para nada

 

 

Me parece justísimo el Gran Premio del Jurado para la danesa Tea Lindeburg por la aterradora noche del lobo que cae sobre As in Heaven, donde -como en el reciente León de Oro veneciano- los estragos de un parto denuncian una sociedad inhabitable para la mujer. Me resulta casi funesto que la película esencial de San Sebastian 2021, Benediction, se vaya solo con un reconocimiento al guion formidable de Terence Davies sobre el poeta Siegfried Sassoon y su vida de mutilado emocional, traumatizado por los horrores de la Gran Guerra y por una homosexualidad contradictoria. Davies es un veterano damnificado por las decisiones de los jurados donostiarras. Hace unos años vino con la inconmensurable The Deep Blue Sea y no le dieron ni la hora.

También es poco premio el que se lleva Jonás Trueba, a través de esos adolescentes a los que siguió generosamente durante cinco años. Quién lo impide -una revolución en la idea canónica del subgénero coming of age- supone otro escalón de Trueba en esa innegociable idea de la pureza en el cine que hace de él figura imprescindible en nuestro panorama o en el de cualquier lugar. En contraste, hemos asistido en este palmarés a un naufragio del cine español de gran industria o mainstream. De él me parece muy estimable y plena de coraje político la Maixabel de Icíar Bollaín y de Isa Campo, que me emociona. Las huestes que jalearon la sátira de Fernando León y Javier Bardem El buen patrón -que es cine miope o ciego en su visión ética de lo que debería ser cáustica demolición de un gánster disfrazado de padrazo- no deben de comprender qué ha sucedido. 

Por encima de ellos ha pasado una edición cómo ésta, la mejor de este siglo y de parte del anterior en el nivel de su sección oficial. La que define la salud real de un festival clase A