Robert Eggers logra en «El faro» una película que navega por los vericuetos de la locura, la culpa y el tormento del alma
13 ene 2020 . Actualizado a las 08:38 h.Los faros siempre han sido dramáticos escenarios para el cine, por ejemplo en Thunder Rock, Jennie, El faro del fin del mundo, El ojo de la aguja o, recientemente, Keepers. El aislamiento y la claustrofobia, junto a la capacidad metafórica del haz que ilumina la noche a los navegantes, luz sagrada que los fareros deben mantener, son ingredientes cargados de simbología que retoma ahora el sorprendente director de La bruja, con la misma fascinación visual e idéntico misterio, casi inextricable y cuasi metafísico, que poseía aquel filme.
La historia se ambienta a finales del siglo XIX y comienza con la arribada a una apartada isla de Nueva Inglaterra del veterano farero (Willem Dafoe) y del novato ayudante (Robert Pattinson), para pasar cuatro semanas, hasta que otros empleados vengan a sustituirlos. Pero el relevo nunca llega, pues una tormenta sin fin se ha desatado. Con las impertinentes gaviotas como testigos, al pie de la espiral de las escaleras del faro, la convivencia pronto se deteriora, es un pulso insano -animado por el alcohol- entre el viejo marinero cojo y barbado, cual capitán Ahab -Dafoe recita textos de Herman Melville- y el joven desertor de las montañas que huye de un pasado tremebundo. La película navega por vericuetos asombrosos, alrededor de la locura, la culpa y el tormento del alma.
Las secuencias oníricas -¿todas, alucinaciones?- son de una belleza aterradora. Las escenas de la sirena encarnada por la hermosísima y pavorosa Valeriia Karaman -modelo que aquí debuta- unen la pesadilla erótica con una sinfonía dantesca del mar embravecido. A la película tampoco le falta un humor negro, seco, terrible, nada gratificante. La claustrofobia está garantizada entre las viejas paredes y el limitado, sucio y herrumbroso pedazo de roca sobre la que se asienta el faro. El director filma en blanco y negro contrastado y en la ratio original del cine mudo (formato cuadrado); de esta manera, los márgenes de la imagen parecen encerrar, asfixiar a su pareja de habitantes.
El trabajo de los actores es expresionista y excesivo, sus cuerpos rodeados de sombras y sus rostros fotografiados en planos enfáticos, iluminados en violento contraste. Y Dafoe, caracterizado como un Tritón -¿guiño loco a su papel en Aquaman?- grita, asegurando: «¡La luz es mía!».
THE LIGHTHOUSE»
EE.UU.-Canadá, 2019.
Director: Robert Eggers.
Intérpretes: Willem Dafoe, Robert Pattinson, Valeriia Karaman.
Drama.
109 minutos.