La novela de Xosé Manuel Villanueva sobrepasa las mil páginas sin perderse en ningún exceso vano, gratuito o literariamente fraudulento
19 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.La novela Oriente, Occidente, de Xosé Manuel Villanueva, sobrepasa las mil páginas sin perderse en ningún exceso vano, gratuito o literariamente fraudulento. Por el contrario, y quiero decirlo cuanto antes, esta novela-río ofrece una cosmovisión inatacable de las propias vidas que conjuga y en las que todo lo que se nos cuenta es imprescindible y encaja en la perfección de un conjunto generacional. Quizá porque Villanueva habla de la vida a calzón quitado, pero con un extraordinario orden literario, sin desdeñar ni ahorrarnos ninguna de sus horas ni de sus claves. Y tal vez lo describe así porque la vida es sobre todo un azar impredecible.
Dos de las tres partes de la novela (publicada en Páginas de Zahorí) narran la historia de su protagonista, José Ramil Guyatt, un desertor del ejército español en 1981, que se va a la India y que retorna a España en 1985, para morir aquí cuatro años más tarde. Estos dos largos y densos fragmentos o piezas literarias (o libros) responden a unos subtítulos clarificadores: Adiós India, adiós y Legado para el olvido. La tercera y última parte de la obra, escrita a modo de un relato de lo realmaravilloso, es misión del propio José Ramil, que lo concibe y realiza una como creación póstuma o legado que quiere dejarle a su hija recién nacida.
Las dos primeras partes tienen mucho de testimonio generacional, con protagonistas jóvenes nacidos en los albores de los años sesenta, cuando España empezaba a vislumbrar el final de la dictadura franquista. Unos tiempos en los que ya emergían y se proyectaban unas esperanzas de cambio que -al presentarse en un nivel biográfico- resultaban fácilmente comprensibles para todos. Porque la novela acierta a conjugar con acierto los sucesos, los espacios y los propios personajes.
Lo mejor de Oriente, Occidente quizá está en la afortunada y profunda combinación de acontecimientos, espacios, ideas, lenguajes y personajes que la nutren, es decir, en la combinación de todo -también de los detalles más nimios- y en las toneladas de vida que asoman en sus muchas páginas, siempre cercadas por la incertidumbre del azar y la necesidad. Porque el conjunto de la obra se decanta en un profundo nivel conceptual respecto de la propia existencia, concebida como una arriesgada e insegura aventura solo descifrable con el paso de un tiempo siempre limitado.
Quizá por todo esto, la obra no se ciñe solo a narrar los hechos, sino que da testimonio generacional -muchas veces poético- sobre la propia vida como una oportunidad única de resolver esa incertidumbre en medio de la cual comparecemos por azar. En ese espacio de dudas e inseguridades se conjugan todos los elementos de la existencia, y en ellos Oriente y Occidente representan dos culturas diferentes, sí, pero no negadas a una confluencia dialéctica. Por eso el último relato de la trilogía es un texto concebido como un legado que el propio José Ramil quiere dejarle -como obra póstuma- a su hija recién nacida. Es decir, es un testimonio generacional -pero también sentimental- que cierra el manifiesto vital que el autor de Oriente, Occidente ha querido legarnos a todos nosotros. Y el resultado, hay que decirlo, es una flecha certera en la densa diana literaria de nuestros días.
Oriente, Occidente nos revela así -desde su propia inspiración creativa- que nunca estamos a salvo de los azares que nos acompañan en eso que llamamos el destino.