El SOS frustrado de Unamuno

Raimundo García Paz

CULTURA

Detalle de un retrato de Unamuno tomado en 1921
Detalle de un retrato de Unamuno tomado en 1921 Meurisse

El investigador García Paz rescata una carta que muestra la posición del pensador antes de la Guerra Civil

07 oct 2019 . Actualizado a las 08:40 h.

Durante mi investigación sobre El apoyo gallego a Unamuno, cuando fue desterrado a Fuerteventura, que está próxima a publicarse, accedí a la correspondencia de su letrado Ángel Ossorio y Gallardo con el filósofo vasco, archivada en la Casa-Museo de Miguel de Unamuno en Salamanca. Parte del citado epistolario fue reproducido en el artículo Cartas de cuatro juristas republicanos a Miguel de Unamuno (1920-1936), publicado por Iciar F. Marrón en 1998 en los Cuadernos de la Cátedra.

Dos de aquellas misivas nos acercan al pensamiento del rector de la Universidad de Salamanca en los prolegómenos de la Guerra Civil. Con la primera, su letrado le remite un borrador de manifiesto, que aceptará Unamuno y cuyas palabras estremecen por la clarividencia con la que anticipaban los sucesos que estaban a punto de fracturar España.

«Respetando el entusiasmo ardoroso con que los dos sectores políticos que tienen dividido al país mantienen sus respectivos idearios, somos muchos los españoles que presenciamos acongojados la feroz tendencia de la contienda». Así comienza la declaración que Ossorio le propuso a Unamuno el 25 de enero de 1936, cuyo texto prosigue: «Los beligerantes amenazan con revoluciones, golpes de Estado, etapas dictatoriales, vacaciones de la legalidad y agitaciones sangrientas. Este desbordamiento de la intransigencia en el área de la política general tendrá en cada pueblo repercusiones de venganza privada y de prurito destructor.

»Sin ilusionarnos demasiado con que tenga éxito un llamamiento a la serenidad y a la cordura, queremos hacerlo a nuestros compatriotas y, de modo señalado, a quienes tienen la responsabilidad del mando de fuerzas políticas. Lo que nos atrevemos a proponerles es sencillo: que detengan la propaganda en los linderos de la veracidad, de la decencia y del Código Penal; y que se comprometan lealmente a sacar las consecuencias de la victoria y de la derrota dentro del orden jurídico y de los hábitos de la civilización, sin destrozar a la nación con un período de violencias recíprocas».

Como puede apreciarse, el texto constituía una invocación a la serenidad, la tolerancia en la campaña electoral y a que se aceptase el resultado de las inminentes elecciones de febrero de 1936, en el contexto de la legalidad republicana. 

La voz de alarma

«El Gobierno -prosigue el llamamiento- podría coadyuvar a este empeño, no tanto con sus resortes coactivos como con su fuerza moral. Y si hay en España una corriente de opinión que estime los valores humanos, los postulados espirituales y la riqueza creada, hará bien en manifestarse frente a los extravíos de la pasión.

»Vemos a nuestro pueblo amenazado de una tragedia devastadora. Alguien ha de dar la voz de alarma y pedir socorro. Lo hacemos nosotros por nuestro alejamiento de los intereses en pugna. ¡Ojalá no seamos los únicos en el propósito!».

Ossorio le propuso a Unamuno que «un núcleo pequeño y selecto» de catorce intelectuales firmase la anterior declaración. Aunque desconozcamos la respuesta del pensador bilbaíno, Ossorio le informó en una segunda misiva -fechada el 14 de febrero de 1936- de que, además de él, cinco de los intelectuales aludidos «se prestaron a suscribir». Pero el «amable» rechazo de Américo Castro y la «razonada» negativa de Gregorio Marañón frenaron en seco la iniciativa.

«En esta situación y contando solo con las firmas indicadas -finaliza su carta Ossorio y Gallardo-, pienso que no debemos realizar el acto que con tan noble intención habíamos concertado».

Según este último párrafo, Unamuno fue plenamente partícipe del contenido de la declaración non nata aquí reproducida. Cabe deducir que el abogado y su cliente pretendieron aglutinar como signatarios al mayor número posible de intelectuales y científicos. El manifiesto representa, en suma, un SOS fatalmente frustrado para evitar los acontecimientos que se avecinaban. Pero nos ilustra sobre cuál era la filosofía con que Unamuno encaraba aquel dramático año, finalizado con su propia muerte.