No era Hércules

Alicia Muiños Cal

CULTURA

Alicia Muiños Cal. 53 años. A Coruña. Contable

23 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No era Hércules, era de complexión fuerte, magnífica, suave y hermoso pelo dorado, encaracolado y una intensa mirada verde... ámbar. Parecía el hijo de un titán y versaba la energía de un Tarzán, como decía y comprendía mi madre, que al igual que la suya fueron sus leales aliadas silenciosas, hasta el final.

Corredor de trial intrépido, arriesgado usuario de motos de carrera, ciclista feliz, solo o en compañía, con energía de fondo e intrépida conducta. Amante de los animales y enamorado de los caballos, galopaba en su yegua hasta que los dos, exhaustos, reposaban sobre un prado cualquiera, el sosiego de la complicidad. Competidor de taekwondo bajo el ala de su gran maestro y su máxima, «dentro del tatami mente despejada», lo llevaron a competiciones por tierras lejanas. Buceador y nadador valiente, nos sobrecogió en el gran auxilio de aquellos que cayeron en fuerte marejada y fue él, el único que se lanzó sin dudar, y los salvó. En cualquier actividad que se interesase, su aprendizaje era rápido y su involucración máxima. Se empleaba de forma generosa con sus seres más queridos, pues profunda fue siempre su humanidad.

¿Quiénes somos los humanos cuando carecemos de reconocimiento, de comprensión, de soporte y sustento que nos permita que vaguemos a la deriva? ¿En qué nos convertimos cuando la decepción y la desesperanza, constantes en los años, diluyen el potencial de la ilusión?

No halló compasión, ni mucho menos comprensión, ni un ápice de aprecio o gratitud, o la empatía considerada que proyectan los que nos quieren y aprecian. Elementos de esta talla dan sentido a nuestro entorno y, por extensión, a nosotros. ¿Cómo sobrevivirían si no los altamente sensibles? Buscó ansiadamente un referente, deseó desesperadamente un espejo, anheló formar parte, suspiró por compartir las circunstancias de su vida… pero en vano lloró con amargura, hueca y estéril fue la atención de sus llamadas.

Y tal como Ulises viajó a través de sus pruebas, como Hércules padeció su representación de adalid, como Mersault halló una realidad absurda e inabordable, en un instante imprevisto e inesperado, un ser diminuto en vida pero sabio y genuino, neófito en emociones y experiencia, supo confluir con él y ahuyentar su desasosiego, coexistió en cada una de sus caídas, celebró todos sus talentos, aplaudió sus logros, observó su naturaleza con que solo el amor es capaz de ver, y él, que no creía en lo que algunos denominan milagros, magia o poesía, sintió al fin, la verdadera naturaleza de su nobleza, porque, había alcanzado el sentido fidedigno de su existencia, el de amar y ser amado.