Historia de unos zapatos

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

«Norman, el hombre que lo conseguía todo» está contado con soltura, sutileza y encanto, con un estilo muy del cine clásico, recurriendo a cortinillas y encadenados hoy en desuso

04 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Parece que todo el mundo sabe quién eres, pero en realidad nadie sabe de ti», le dice Charlotte Gainsbourg a Richard Gere. La encargada de seguridad en la embajada israelí ha estado investigando a Norman, un tenaz pero chapuzas conseguidor que pulula desde tiempos inmemoriales por los ambientes económicos del lobby judío de Nueva York. Y la fría funcionaria está asombrada ante la paradoja de que un don nadie haya armado un lío tremendo, de aparente corrupción, en el Parlamento de Israel.

Gere borda su papel de hombre sin pasado, sin familia, sin casa. Solo lo vemos caminar por las calles neoyorquinas, o descansar, comiendo unas galletas, en la gran sinagoga del rabino Steve Buscemi, mientras escucha los cánticos melancólicos de desarraigo. Esta es la historia de un hombre solitario, un charlatán que urde mil mentiras para conseguir negocios imposibles de dudosa rentabilidad para él, siempre vestido con el mismo abrigo ajado, tocado con la misma gorra. Y aun así, una tarde, tras una conferencia sobre sionismo, le regala unos zapatos carísimos a un parlamentario israelí caído en desgracia por sus ideas sobre la búsqueda de la paz. Lior Ashkenari está también espléndido como político de la vieja escuela al que, borracho y deprimido, le conmueve el gesto de Gere. Ese calzado estará en sus pies, tres años después, cuando llega a primer ministro.

El filme está contado con soltura, sutileza y encanto, con un estilo muy del cine clásico, recurriendo a cortinillas y encadenados hoy en desuso. Se trata de una película inteligente, que quizá le pide demasiado esfuerzo al espectador perezoso de hoy. Y no es en absoluto desechable, pues nos recuerda a Capra, a Bienvenido Mr. Chance e incluso a la más reciente fábula política Viva la libertad, interpretada por el gran Toni Servillo. Porque, sobre todo, Norman trata de la moralidad, y de como un gesto, el acto de dignidad individual de un paria traicionado, puede cambiar el mundo. Un poco, por lo menos.