Inane por aplastamiento digital

miguel anxo fernández

CULTURA

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El director de «Ghost in the shell», Rupert Sanders,   deja la sensación de que la camiseta le queda algo grande

08 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Al margen el manga de Masamune Shirow -hablamos de cine y las adaptaciones es lo que tienen: al volcarse en imágenes, son otra cosa-, o lo que es lo mismo, cuestionar si visualmente es fiel o no al original, etcétera, etcétera, lo cierto es que Ghost in the Shell perece por aplastamiento digital. Es tal el nivel de empaquetado visual que uno se entrega a dejar correr los minutos esperando a ver por dónde nos llevará la próxima escena, si beberá de las fuentes de Matrix o de las de Blade Runner o de las de un Marvel de nuevo cuño. El tal Rupert Sanders, cuya única credencial es haber dirigido la insulsa Blancanieves y la leyenda del cazador (2012), deja la sensación de que la camiseta le queda algo grande, sobre todo porque no logra apurar las jugadas, aun reconociendo que la corresponsabilidad es de los guionistas, cuatro en total, entre ellos el propio Masamune, al que cabe suponer solamente labores de supervisión o no se entendería el exceso de robotización de la trama.

Scarlett Johansson -reconozcámosle convicción- es The Major, una híbrido de humano y cíborg, entrenada para operaciones especiales al servicio de un grupo de élite llamado Sección 9, dirigido por un tipo singular -Takeshi Kitano en un personaje no exento de tinte paródico-, actualmente enfrentado a un misterioso enemigo que realmente esconde un secreto. Resumido eso, apenas queda resquicio para la sorpresa. La inteligencia del espectador se impondrá al desenlace mucho antes de que ocurra, con lo cual apaga y vámonos… No se abren ventanas a la reflexión, aunque sea en clave de género y con todas las licencias que se suponen a las distopías, procedan de la literatura, del cómic o de la sesera de un guionista sobrado de imaginación. Una vez más la prudencia ante el spoiler impide redondear esta opinión, pero lo cierto es que si DreamWorks y sus socios pretenden seguir adelante con la franquicia, o dejan a un lado la obsesión por el mainstream -léase la simpleza palomitera a nivel terráqueo- o se la habrán pegado otra vez. Al juguete digital se le agotan las pilas, y ni se enteran.