Un tocho inane

Héctor J. Porto FUEIRO DE CARBALLO

CULTURA

09 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No parece que la publicación de Mein Kampf [Mi lucha] represente un problema para una sociedad madura y democrática como la alemana. Es más, debe tomarse como un signo de edad adulta, de normalidad, incluso como la mera anécdota que se revelará después del importante ruido inicial y cuando caiga en el cajón de la ganga y el olvido. Más allá de estudiosos y frikis, el eco lector que puedan generar los dos tomos con casi 2.000 páginas es prácticamente igual a cero. A estas alturas del siglo XXI, no puede confundir al público el odioso personaje y el criminal genocida en que se convirtió Adolf Hitler poco después de escribir este libro, aunque es cierto que hay quienes juzgan seductora su personificación del mal. El individuo que había tras el Führer era un narciso intelectualmente insustancial, un mentiroso, un amante enfermizo de la propaganda y la exagerada teatralidad, cuyo patetismo egomaníaco queda perfectamente al desnudo en la sesión en que posó para Heinrich Hoffmann, su fotógrafo personal, mientras ensayaba -frente al espejo- sus famosos y sobreactuados discursos de mesías salvapatrias. Fue además poco después de escribir este su único libro. Que nadie se empeñe en detectar literatura en sus páginas. No es Albert Speer. El que pretenda descubrir sensibilidad haría bien en buscarla antes en sus sentimentaloides acuarelas. No hay arte, tampoco arquitectura política o filosófica. Mein Kampf es un tocho, un vulgar ladrillo en el que Hitler, autoproclamado superhombre, no vuelca confesión personal -al menos, auténtica-. Es una obra absolutamente inane. Y su publicación acabará por fin con tabúes y falsos mitos. Es solo papel, ni tiene contenido ni tendrá nunca lectores.