Dolan impacta con «Mommy»

José Luis Losar CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

Ken Loach vuelve a Irlanda en tono amable en «Jimmy?s Hall»

23 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El gran protagonista de la jornada de ayer en un festival que se aproxima ya a su desenlace fue el canadiense Xavier Dolan. Este quebequés, que con tan solo 25 años ha dirigido ya cinco largos, tiene mucho de fenómeno tempestuoso. Su forma de entender el cine, en descargas torrenciales de imágenes, bandas sonoras evocativas y pasiones incontrolables, ha hecho de él el enfant terrible del panorama internacional. Y tras dos filmes tan diversos como Laurence Anyways y Tom à la ferme, su Mommy, vista ayer aquí, consolida la fortaleza de su carácter de cineasta poseedor de una osadía e intuición que anuncian proezas mayores. En Mommy cuenta la tormentosa convivencia de una madre con su hijo, aquejado de un síndrome que torna su carácter violento, intratable, ciclotímico y autodestructivo. Pero también ferozmente vitalista. Para filmar este viaje por los dientes de sierra entre la plenitud y las sombras, Dolan elige un encuadre originalísimo, de planificación vertical y opresiva, claustrofóbica, que repentinamente se expande y copa toda la pantalla cuando se producen los estallidos de felicidad absoluta, momentos de gran cine liberatorio que apuntan la complejidad que Dolan maneja ya, y que lo acercan al John Casavettes de Una mujer bajo la influencia, otra película magna en torno a la locura y sus dos caras de su moneda.

En el día del talento insolente de Dolan comparecía también un veterano en Cannes, Ken Loach, ganador de la Palma de Oro en el 2006 por El viento que agita la cebada. De Loach no se puede decir, como de Dolan, que sorprenda en cada aparición. Su cine es tan previsible como una receta para cocinar la pasta de Sophia Loren. Y los años lo han ido acartonando, derivándolo cada vez más hacia el cliché, el panfleto, una vía muerta. En cierta forma, Jimmy's Hall supone una limitación de daños en ese declive. Ambientada en la Irlanda posterior a su guerra civil, la historia habla de cómo la vuelta a su pueblo de un idealista agitador genera un impulso vital. Reabre el salón de baile, organiza clases de literatura o arte. Y topa con la rigidez de la Iglesia y se complica al máximo al tratar de reinsertar a un miembro del IRA. El ambiente de égloga de la verde Irlanda, la importancia de la música como celebración y un tono menos crispado favorecen que el filme maquille el envejecimiento creativo imparable de Loach.

En un año en el que se celebra el centenario de la Gran Guerra y cuando en el este de Europa se reproducen síntomas belicistas, una obra colectiva como Los puentes de Sarajevo despertaba unas expectativas alimentadas, además, por los firmantes de algunos de sus autores: Sergei Loznitsa, Godard, Cristi Puiu o el catalán Marc Recha, entre otros, ofrecían sus sugestivas visiones de Sarajevo como lugar del crimen o como encrucijada de tantas Europas.

Y dos nombres de los que mayor devoción me provocan dentro del cine europeo, Asia Argento -musa del subgénero del giallo, musa de lo que ella ordene- y la «nymphomaniaca» Charlotte Gainsbourg presentaban Incompresa, dirigida por Argento y protagonizada por la última víctima de la maldad de cómic de Lars Von Trier.