«En el gulag estuvieron presos 22 gallegos y cuatro fallecieron»

Javier Armesto Andrés
javier armesto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

tarjeta.Tarjeta postal expedida por la Federación Española de Deportados e Internados Políticos en 1947 pidiendo la liberación de los marinos del «Cabo San Agustín»
Tarjeta postal expedida por la Federación Española de Deportados e Internados Políticos en 1947 pidiendo la liberación de los marinos del «Cabo San Agustín»

El Gobierno busca a las familias de los republicanos víctimas de Stalin

12 oct 2013 . Actualizado a las 12:40 h.

En su reciente visita a Kazajistán, camino de Japón, el presidente de aquel país, Nursultan Nazarbayev, entregó a Mariano Rajoy un inesperado presente: las fichas de 152 españoles que permanecieron prisioneros en el gulag de Karagandá en los años 40 y 50 del siglo pasado. El Gobierno busca ahora a sus familiares para entregarles los expedientes. Luiza Iordache (Târgoviste, Rumanía, 1981), profesora en el Instituto de Ciencias Políticas y Sociales y en la Universidad Internacional de Cataluña, lleva años recuperando la memoria histórica de aquellos republicanos, entre los que había numerosos gallegos. La editorial RBA publicará próximamente su tesis doctoral sobre estas víctimas olvidadas de la represión estalinista.

¿Por qué empezó a investigar la odisea de los republicanos españoles en el Gulag?

El brote de la llamada tendencia de recuperación de la ?memoria histórica? coincidió con mi formación doctoral y con mi predilección por estudiar la barbarie política estalinista. Ésta surgió durante mis años en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bucarest, cuando me quedé inexplicadamente fascinada por las lecturas críticas que hice del régimen político y del mundo estalinista. Contra toda esperanza, en España me topé con un terreno fecundo por la Guerra Civil y una de sus consecuencias -el exilio español en la URSS- para profundizar en una de mis pasiones intelectuales: el Gulag. Lo inesperado ocurrió cuando encontré la pista unos republicanos españoles, víctimas del sistema concentracionario estalinista. Y desde aquel entonces, he dedicado parte de mi actividad investigadora para recuperar las huellas perdidas por la geografía concentracionaria soviética de marinos, pilotos, «niños de la guerra», maestros de éstos y exiliados políticos. La senda que había iniciado como un deber académico regido por motivaciones intelectuales, se convirtió en un deber ético para y con estas víctimas, que deberían ocupar el lugar que les corresponde en la memoria española y en la memoria del Gulag. Y también es un deber con las familias, algunas de las cuales nunca supieron que pasó con sus seres queridos, tragados por el polvo anónimo del Gulag, olvidados en alguna fosa de un campo soviético.

La historia estaba un poco enterrada en la memoria y de repente empiezan a aparecer libros, reportajes... ¿Por qué?

Efectivamente, hubo un gran periodo de silencio desde los años sesenta hasta principios de este siglo. En 2009 apareció el primer librito sobre el tema titulado Republicanos españoles en el Gulag bajo la pluma de lo que esto escribe, y de forma paulatina el marco académico se enriqueció con las contribuciones de Miguel Marco que recoge las trayectorias de algunos médicos españoles represaliados en la URSS, de Carmen Calvo sobre los pilotos españoles que sufrieron el azote del Gulag y por último, el libro de Secundino Serrano que combina la historia de las víctimas con las políticas que les afectaron. La historiografía española tenía una deuda con estos olvidados y desde una perspectiva historiográfica se ha cumplido con esta labor. Opino que los primeros reportajes y artículos periodísticos que aparecieron a raíz de la publicación de mi libro y de los siguientes se debieron a lo inédito que parecía el tema, a la sorpresa que causó, e intentaban responder a una pregunta crucial: ¿Cómo fue posible todo aquello? Eran republicanos españoles, que fueron recluidos en la URSS, un país que ayudó a una República española en guerra y un país con un merecido tributo de gratitud por haber protegido de los horrores bélicos a miles de niños y acogido a miles de españoles. Posiblemente, para muchos o pocos fue una sorpresa, aún más si tenemos en cuenta el silencio prolongado de una pequeña parte de la izquierda española, en aras de preservar la visión idílica del «paraíso soviético».

Ahora bien, los reportajes publicados en la última semana son fruto de otra circunstancia, como ha sido la entrega de los expedientes de prisioneros españoles en Kazajistán. Igualmente, los artículos revelan con sorpresa que han existido prisioneros españoles de la División Azul y republicanos en los campos de trabajo forzado de Kazajistán. Con todo ello, da la impresión de que la reivindicación de su memoria se produce hoy en día. ¿Es un tema nuevo? No. Tampoco que los gobiernos ignoren una parte de la historia de su país. En honor a la veracidad de los hechos, se trata de una noticia tan antigua casi como su internamiento en Karagandá, ampliamente divulgado y contestado por la mayor parte de la prensa republicana en el exilio y parte de la prensa internacional desde finales de 1947 hasta mediados de 1948. También la prensa española de la época reprodujo la noticia, con cierto sesgo político. Años más tarde, la repatriación en el Semíramis de los divisionarios y de un puñado de pilotos y marinos que anteriormente habían servido a la República ocupó la primera plana de los periódicos. Una serie de reportajes daba a conocer a la opinión pública el periplo concentracionario de los prisioneros, así como la existencia de lagers soviéticos con sus pésimas condiciones de vida, ampliamente narrados posteriormente en las memorias de divisionarios y de algunos pilotos. En los últimos días se ha retomado el asunto, que ha tenido un mayor protagonismo por ser enmarcado en un cuadro político y por parecer un tema bastante inédito. Lo único nuevo y relevante es la entrega de unos 152 expedientes de presos, supervivientes y fallecidos, que primero deben llegar a las familias de las víctimas y después a algún archivo de libre acceso para los investigadores.

¿Ve normal que hayan tenido que pasar casi 60 años (desde el regreso del "Semíramis") para que el Gobierno español haya recibido información oficial sobre los presos españoles en Kazajistán?

Las circunstancias políticas de la URSS y el hermetismo soviético hasta los noventa impidieron que muchos países conozcan de primera mano, es decir a partir de expedientes e informes, la suerte de sus compatriotas en el Gulag. En los noventa, hubo una política de apertura de los archivos estatales rusos y los investigadores tuvieron la oportunidad de investigar sobre el mundo concentracionario soviético y sus víctimas de distintas nacionalidades. Desde mediados de la década pasada, muchos archivos rusos volvieron a cerrar sus puertas y reclasificar documentación anteriormente de libre acceso, lo que entorpece enormemente la labor de investigación. Aquí, a diferencia por ejemplo de Francia e Italia, que honraron la memoria de sus prisioneros en el Gulag desde los años ochenta hasta el presente, no hubo un interés muy palpable por parte de los distintos gobiernos, ni por parte de asociaciones de exiliados o descendientes, ni por parte de memoriales u otros centros destinados a la recuperación de la ?memoria histórica?. De momento, en España no hay información disponible procedente de los archivos de la antigua URSS, aunque no se puede descartar la existencia de documentación rusa llegada en la década anterior y olvidada en algún archivo de Madrid o de Salamanca. Esperemos que el amable gesto de Kazajistán asiente un precedente y despierte el interés del gobierno español, porque Karagandá fue solo una isla del Archipiélago Gulag, por donde pasaron españoles de las dos Españas.

¿Cuántos gallegos pasaron por los campos de concentración soviéticos? ¿A qué se dedicaban? ¿Cuántos murieron?

Según los datos que he recopilado en una treinta de archivos, aproximadamente unos 21 marinos gallegos y un piloto, de los cuales cuatro fallecieron: José Plata Loira en el campo de Norilsk (10 de noviembre de 1941), Manuel Dópico Fernández en el campo de Karagandá (agosto de 1945), José Diz Rivas (22 de agosto de 1948) y Ricardo Pérez Fernández (16 de febrero de 1949) en el campo de Odessa. Ellos formaban parte de un grupo mayor de marinos, tripulantes de los buques Cabo San Agustín, Juan Sebastián Elcano, Inocencio Figaredo, Cabo Quilates, Marzo, Ciudad de Tarragona, Ciudad de Ibiza, Mar Blanco, Isla de Gran Canaria. Durante el año 1937 realizaron transportes de material de guerra y víveres entre la España republicana y la URSS, pero debido a las dificultades del tráfico marítimo por el Mediterráneo y otras circunstancias bélicas, el final de la Guerra Civil les sorprendió en distintos puertos soviéticos.

En los campos soviéticos malvivieron en las mismas condiciones que otros presos, y en función del campo, cavaban la tierra helada o trabajaban en la agricultura para ganarse la ración de comida. Pero los marinos españoles perduran en la memoria de sus compañeros de cautiverio como unos artesanos que confeccionaban unas bonitas alpargatas para los jefes del campo y no únicamente, tal como relata en sus memorias un antiguo prisionero francés, Francisque Bornet.

Todavía hoy es difícil comprender cómo pudieron haber sido encerrados tantos años sin juicio y sin motivo aparente. ¿Cómo fue posible este sinsentido?

Una primera respuesta la hallamos en la idiosincrasia de la URSS estalinista, un régimen político basado en la violencia y el terror político y social. Y el Gulag (Dirección General de Campos) fue una de las instituciones fundamentales del poder dictatorial estalinista. A lo largo del tiempo, el Gulag se convirtió en un tamiz político-social, que proveía la mano de obra del «enemigo del pueblo» a reeducar a través del sistema de trabajo forzado. Su misión era purificar la sociedad de los «elementos indeseables» que contaminaban el camino hacia una sociedad socialista perfecta.

Por otro lado, el Gulag, aquel lugar arquetípico de la reclusión, del castigo y de la reeducación soviética reservado también a ?extranjeros y extraños?, es una experiencia también europea. El crisol del sistema concentracionario estalinista había albergado desde sus principios un número destacable de reos extranjeros, cuya caza se inició durante el Gran Terror. Unos años después, tanto el inicio de la Segunda Guerra Mundial como la invasión del territorio soviético por el Tercer Reich determinaron el estallido de nuevas purgas. Prácticamente cualquier persona podría ser arrestada, fuera soviética o extranjera e incluida en el amplio abanico del «enemigo del pueblo». Aquellas fechas desencadenaron una nueva «caza de extranjeros», un grupo por el que el NKVD había desarrollado cierta predilección. Sin importar lo que hicieran, los foráneos eran sospechosos de «espionaje» en general, unos posibles «quintacolumnistas» y candidatos predilectos al arresto y a la deportación.

Lo que necesitaba la URSS era formar un frente cerrado y tener un escenario limpio en nombre de un objetivo de interés estatal. La escala de los arrestos fue tan grande, que las autoridades soviéticas tuvieron que suspender incluso la ficción de legalidad. Pocos de los detenidos fueron realmente procesados, encarcelados o condenados. El NKVD, dentro del caos reinante, recurrió a la «deportación administrativa» y al «internamiento», procedimientos que no incluían ni proceso, ni condena. Y este fue también el caso de una hornada de unos 47 marinos, 25 pilotos y dos maestros de los «niños de la guerra» detenidos en junio de 1941, cuando L. Beria, comisario del pueblo del NKVD, ordenó el internamiento de los españoles en el campo Nº 5110/32 de Norilsk (en el Círculo Polar Ártico). Unos años después, los supervivientes de los primeros años de internamiento, se encontraron en los campos de Karagandá.

La detención de ellos hunde raíces en el desenlace de la Guerra Civil, porque formaban parte de un grupo de españoles que solicitaron en reiteradas ocasiones salir de la URSS, primero con dirección a México, lo que fue imposible debido a las circunstancias bélicas, y después a la España del general Franco. Los marinos cursaron sendas cartas al Ministerio de Asuntos Exteriores de España, mientras que los pilotos visitaron las embajadas extranjeras en Moscú, desarrollando una especial predilección por la alemana, aprovechando las buenas relaciones de Alemania con la URSS y España. Pese a la mediación de la diplomacia alemana y al beneplácito del gobierno soviético en permitirles la salida, la Dirección General de Seguridad denegó muchas de las solicitudes de repatriación. Con la invasión del territorio soviético por las tropas nazis, el «amigo» se había convertido en el «enemigo», con el agravante para los pilotos de haberlo frecuentado y al igual que los marinos, de haber rehusado cualquier posibilidad de permanecer en la URSS.

En resumen, a los españoles, caídos en las redadas intermitentes de los años cuarenta, se les detuvo por haber manifestado su vehemente deseo de salir de la URSS. Otros se opusieron a la línea política del Kremlin y a las políticas dogmáticas del PCE, mientras que algunos hicieron desafortunadas declaraciones sobre la política y el nivel de vida soviéticos, comparaciones con la vida en España, o algún comentario banal clasificado como ofensa a la URSS. Sobre la cúpula del PCE en su exilio soviético también pesa cierta responsabilidad, cuyo comportamiento no incluyó una defensa de la colonia española, como tampoco, que sepamos, alguna gestión para la liberación de los presos. Y cabe señalar que una de las principales figuras del partido, Santiago Carrillo, en un documental de producción reciente, negó hasta el último momento la reclusión de españoles republicanos en el Gulag.

Supongo que, además de la documentación histórica, en su tesis/libro hay espacio para historias personales fascinantes. ¿Puede contar alguna?

Todas las historias cautivan e impactan. Hay tantas historias como españoles en el Gulag. Cada mosaico vital, cada destino y cada lágrima son únicos, con lo cual decantarme por alguna historia en particular me parece injusto. Todas deben ser conocidas por igual. Pero sí que hay un elemento común en todas que se resume con el título de unas memorias publicadas por Pitusa Sánchez-Ferragut en honor a su padre, el marino Ramón Sánchez-Ferragut: También se vive muriendo, un ejemplo de que muchos moribundos pudieron sobrevivir, preservar la esperanza y buscar en el horizonte los caminos de la libertad.

¿Qué diferencia hay entre los campos del concentración alemanes y los del Gulag? Todo el mundo conoce Mathausen, Auschwitz o Treblinka, pero pocos han oído hablar de los campos de Norilsk o Kok-Usek.

Nos podemos referir al Gulag como una forma de exterminio paulatino a través del trabajo forzado y las condiciones de vida dentro de los campos más temibles del sistema. Evidentemente aquellas fábricas de exterminio nazis con sus cámaras de gas, como una forma particular de asesinato fijado por el sistema, no tuvieron un equivalente soviético. El objetivo del Gulag era económico, un rendimiento que se calculaba por los metros cúbicos de troncos cortados, por las toneladas de carbón extraídas o por los kilómetros de vía de tren construidos, metas alcanzadas con la vida de millares de presos. Pero dentro de su propósito económico, el Gulag era también terrible: las masas de presos desarraigadas y despojadas de su identidad y sus derechos básicos, tratadas como ganado bajo la arbitrariedad y la brutalidad de los guardias durante los largos años de condena. Por ejemplo en Auschwitz y Majdanek se moría en una cámara de gas. En Kolymá, Magadán, Vorkutá, Norilsk y otros campos árticos se moría en la nieve, en las letales minas de oro o de carbón. Era una especie de exterminio paulatino a través del frío, de la inanición y de la violencia de los castigos. Desde este punto de vista, podemos definir el Gulag como otro horror, pese a que en su conjunto no estaba configurado para producir cadáveres.

Así como la huella de Hitler parece ya diluida en la memoria de Alemania, ¿qué efectos de la dictadura de Stalin perduran en la sociedad de Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas?

Alemania debería ser un ejemplo a seguir en cuanto a las políticas de la memoria. Una democracia sólida también implica una recuperación de la memoria y una reconciliación con el pasado reciente en base a una amplia transparencia. No se da el mismo caso en los países de la antigua URSS, donde el recuerdo de Stalin y su liderazgo siguen dividiendo a la población, lo que evidencia una senda larga en cuanto a la consolidación democrática en estos países. La caída de los regímenes comunistas con una duración relevante es todavía reciente. Probablemente el cambio generacional, la acumulación de conocimiento sobre el pasado y la interiorización de los valores democráticos, como el respecto por la vida, la libertad y la dignidad humana, borrarán el recuerdo positivo de algún ?tovarich? del antiguo bloque soviético.