¿Por qué corres, Nicole Kidman?

La Voz JOSÉ LUIS LOSA

CULTURA

Con sus últimos papeles en «The Paperboy» y «Stoker», la actriz australiana da un giro desesperado a su carrera, consciente de que su reinado en Hollywood ha acabado

10 feb 2013 . Actualizado a las 04:01 h.

La pasada semana, en el segundo pase mundial de Stoker (la premiere fue en Sundance, unos días antes) como película de clausura en el Festival de Róterdam, el comentario generalizado entre la crítica allí acreditada giraba en torno a ese «qué sucede con Nicole» que viene ya tiempo rumiándose. Cuando toda la atención a priori se centraba en ver cómo salía parado el cineasta coreano de culto Park Chang-wook de su primera aventura en Hollywood, contratado nada menos que por el oro de Rupert Murdoch y la Fox para un filme de terror, al final, aunque el coreano no se ahorró los bastonazos, casi se habló más del momento extraño que vive la carrera de Nicole Kidman: en Stoker tiene un papel secundario y caricaturesco de viuda alegre y madre de Mia Wasikowska, uno de los valores en alza en la industria que acapara el protagonismo de la película y arrincona a la Kidman en el rincón de las autoparodias.

No es algo nuevo: ya en Cannes, en mayo del año pasado, sucedía algo similar, esta vez con The Paperboy, la adaptación de la novela negrísima de Peter Dexter dirigida por Lee Daniels (el proyecto, una historia turbia de pasiones muy carnales, estuvo a punto de dirigirlo Almodóvar) en la que en esta ocasión era Zac Effron, galancito que altera hormonas adolescentes, el que relegaba a Nicole Kidman a un rol no principal. Bien es cierto, para decirlo todo, que aquí Kidman sí se tomaba cierta revancha aceptando un papel en las antípodas del glamur, el de una poligonera sexualmente hiperactiva que, en una secuencia ya célebre, orina sobre la cara del mimado Zac Effron, para aliviarlo después de que este haya sido picado por unas medusas.

El tan comentado momento de las medusas y la lluvia dorada de una Kidman que ejerce de choni de la Florida profunda marcó, sin ninguna duda, un antes y un después, con todo el inmediato eco mediático que genera Cannes, en la imagen de aquella actriz que fue la honda Virginia Woolf de Las horas, la vedete policromada de Moulin Rouge, la gótica heroína en la niebla de Los otros.

¿Y por qué corre Nicole? Una impresión, que comparto con otros, es la de que ella es consciente de que su reinado en Hollywood es una cuestión finiquitada. Que nunca volverá a ser la actriz mejor pagada ni la chica de la película, que para eso están ya ahí Jennifer Lawrence, Anne Hathaway o la Mia Wasikowska que la echa a un lado, de malas formas, en Stoker. Y entonces, si no va a ser más la novia de la boda, Kidman ha decidido visceralmente que prefiere ser la tía outsider y destroyer de la ceremonia, la mujer de cuarenta y cinco años que accede a papeles extremos, a ridículos gloriosos como el ya mentado de la medusa y la micción de The Paperboy, aún no estrenada en España.

Todo menos ir apagándose sin protestar como ha visto ella que sucedía, y ha tomado buena nota, con las divas de la generación anterior a la suya: con Kim Bassinger, que acabó como madre del rapero Eminem, o Meg Ryan, que ya no soñará con volver a tener estruendosos orgasmos palatales. O Debra Winger. Pero ¿de verdad existió alguna vez Debra Winger? O la misma Michelle Pfeiffer, que ya se conforma con enrolarse en la familia Monster de Tim Burton.

Una nueva Bette Davis

Nada nuevo en el juego de Hollywood, ese espejo desmedidamente cruel con sus actrices: para seguir en la carrera, Glenn Close tiene que hacer de mayordomo, Sigourney Weaver ser partenaire de los monicreques de Avatar y Meryl Streep y Julianne Moore ponerse en la piel de dos señoras tan cool como Margaret Thatcher o Sarah Palin.

Siempre funcionó así. Yo veo a nuestra Nicole Kidman, en esta reinvención marginal suya a base de papeles grotescos, más como la Bette Davis que en los años 60 del siglo pasado tuvo que publicar en la prensa aquel anuncio sarcástico donde apuntaba: «Actriz madre de tres hijos y ganadora de dos Óscar busca empleo estable en Hollywood».

Cuando finalmente el distribuidor español considere oportuno estrenar The Paperboy (exhibida ya en toda Europa), y después de que la vean en el Stoker de Park Chang-wook, creo que ustedes estarán conmigo en que este camino elegido por Nicole Kidman, esa bravura para tirarse al monte (igual que hizo Bette Davis al interpretar ¿Qué fue de Baby Jane?) es la que va a permitirle hacerse con su espacio como personaje desmadrado, como icono gay; en definitiva, el que le va a garantizar mantenerse viva dentro de esa maquinaria caníbal para con sus actrices, en donde, piensen en esto, Charlize Theron, que parece que es casi una recién llegada, ha tenido que aceptar ya ser la madrastra de Blancanieves y ceder el honor del espejo a Kristen Stewart, una de las intratables horteras criaturas de eso llamado Crepúsculo.

Tal y cómo van las cosas, a una actriz como Nicole Kidman, que no acepta que la ninguneen crepuscularmente los neopitufos del babystar-system, yo la veo muy bien exiliándose en Europa. Es un momento ideal para que Almodóvar le prepare un desatado vehículo estelar en el cual Kidman acabe por liberarse de tabúes, para que François Ozon la encierre en una casa de muñecas junto a Catherine Deneuve, ambas avejentadas por el maquillaje. O para que Michael Haneke la someta a un rodaje sadomasoquista.

Y pasados unos años, como yo estoy convencido de que Nicole Kidman no va a dejar de regalarnos sorpresas y heterodoxias, pues estaría bien un regreso a Hollywood, para cerrar el bucle de su carrera y de su peripecia vital, rodando allí, junto al viejo amigo Tom Cruise Eyes Wide Shut 2: el matrimonio en los tiempos del cólera y Misión imposible IX: nunca digas nunca jamás.