El cine no es para Stieg Larsson

CULTURA

La adaptación de «Los hombres que no amaban a las mujeres» parece más una teleserie que una película, aunque el ambiente y los personajes están logrados

01 jun 2009 . Actualizado a las 11:39 h.

Me confieso pecador. Yo tampoco pude soltar los libros de Stieg Larsson. Me agarraron del cuello y se me pegaron a las manos. Leí el primero sin cerrar los ojos y, con el segundo, me frené a cien páginas del final porque sabía que no tendría la tercera dosis en castellano hasta el 18 de junio. Somos diez millones en toda Europa, solo en España un millón de lectores, que descubrimos de la mano del fallecido sueco, Stieg Larsson, a esa peculiar pareja de detectives, el cincuentón periodista de izquierdas y la joven hacker after punk , Lisbeth Salander. Por supuesto, me quedo con ella.

Antes de que un infarto fulminase al inventor de la saga Millennium le había dado tiempo de explicar que, con Lisbeth, pretendió recuperar a aquella antisocial que nos marcó a tantos, Pippi Calzaslargas. Y así la situó en el duro y crudo mundo de hoy, en una Suecia cuyo hielo quema y que, bajo sus alfombras blancas de nieve, esconde basura, toneladas de basura y cadáveres.

«¿Y la película?»

Lo mejor de los libros es su ritmo. No es literatura para exquisitos, aunque están bien trabajadas las tramas. Larsson tampoco pretendía más. Pero esta crónica no es una crítica de libros. En realidad, pretende contestar a la pregunta que estos días nos hacemos los lectores de Larsson: «¿Y qué tal la película?». Ayer se estrenó en los cines el primero de los tres filmes que, como los libros, irán llegando al público.

La primera impresión, o depresión, es que parece más una teleserie que una película. De hecho, ya están en marcha las dos próximas entregas y todo el paquete tendrá su versión aparte, más extensa, para ser comercializada como una serie de seis capítulos. El ritmo es moroso y el guión ahorra algunos de los lances del primer tomo, que es en el que está basado. Aunque lo fundamental de este misterio encerrado en una isla está en la pantalla. No sé cómo reaccionarán a su visión quienes no hayan leído la obra. Para mí, fue larga y por momentos tediosa.

Es difícil tragarse un metraje de dos horas y media cuando sabes perfectamente quién tiene manchadas las manos de sangre. El Titanic al final se hunde. El filme no ahorra ninguna de las acciones más violentas. El director Niels Arden Oplev, conocido en Suecia por una ópera prima sobre la infancia, tardó en aceptar el encargo, por temor a encasillarse. Los otros dos filmes no serán suyos. Y lo que hizo fue teñir él la película de un barniz de autor muy europeo que la hace algo pretenciosa.

Los actores están bien. Y la ambientación está muy lograda, esa Suecia de bosques interminables. Tal vez, mi Lisbeth Salander no era tan caricatura. Pero el guión da la sensación de saltar demasiado, y otras se enreda en planos que sobran. Ya no se hacen cine ni libros como los de antes. Era difícil decidir en tiempos qué era mejor, si la novela de Dashiel Hammet, El halcón maltés , o la película de John Houston. O El cartero siempre llama dos veces escrito por James M. Cain o el protagonizado por Jack Nicholson y Jessica Lange sobre la mesa de harina. O El sueño eterno que salió de la pluma borracha de Raymon Chandler o el que proyectó la cámara de Howard Hawks, con Bogart y Bacall.

La actriz del filme sueco Noomi Rapace, hija de un gitano de Badajoz al que no llegó a conocer, está correcta, como su compañero Michael Nyqvist, pero no son de esos genios de la lámpara que hacen la luz con solo filmarlos. Hay que recurrir al tópico. «El libro es mucho mejor que la película». Sin duda. La pantalla del cine se le queda grande a Los hombres que no amaban las mujeres . Es como si el dragón tatuado que Lisbeth lleva en su espalda echase por momentos un aliento tan frío como una borrasca sueca.