«Un día me levanté de la cama y no podía andar»

r. d. s. A CORUÑA / LA VOZ

PADERNE

02 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Para Aroa, y sobre todo para sus padres, la preocupación de «la doctora» como dice la pequeña de 10 años, fue clave para dar con aquello que la tenía postrada en cama, con fiebre un día sí y al otro también, malestar general, las articulaciones hinchadas... «Un día me levanté de la cama y no podía andar», cuenta la chiquilla. De eso hace cinco años y fue el interés de la especialista el que logró descubrir un caso que, en veinte años de carrera, nunca había visto. «Cuando le dije que montaba a caballo, se quedó pensando», dice. Aroa tenía la enfermedad de Lyme, nombre de la ciudad de Connecticut en la que se descubrió el primer brote, allá por 1977, y que provoca la picadura de una garrapata. A Aroa, le llegó por sus trotes por los montes de Paderne, donde vive.

 Una bacteria fue la culpable de una etapa larga en la que «lo pasó fatal», cuenta su padre, Javier Romay, que también recuerda la incertidumbre de la familia por «no saber qué le estaba pasando». Ahora, acude al Materno a revisión cada seis meses para comprobar que aquel mal recuerdo no le ha dejado secuelas en su crecimiento. «Lo pasó fatal, siempre enferma, siempre con fiebre, pero ahora está bien, hace mucho deporte, le encanta el piragüismo», cuenta todavía temeroso de que el bicho vuelva a despertar. Acudir a la consulta mixta del Teresa Herrera es, para ellos, una forma de tranquilizar los miedos mediante el seguimiento de un equipo médico para el que no tienen más que palabras de agradecimiento.

 De más lejos que de Paderne llegan Maureen Arce y su hija de 9 años, Zaira Domínguez, derivadas desde nada menos que de Fisterra. Han madrugado mucho para llegar a una primera consulta de la que salen mucho más tranquilas de lo que entraron. «No va a ser un mal diagnóstico», apenas esboza el reumatólogo tras escuchar el relato de cuitas de la madre. «Empezó hace dos años con dolor en los talones, y primero nos dijeron que eran cosas del crecimiento, pero ha ido a más. Fue subiendo hacia las piernas y ahora ya está en la espalda», dice sin que su rostro pueda disimular la preocupación.

Más de hora y media de coche para llegar al Materno terminan con la niña recostada en la camilla y una exploración completa para descartar las temidas enfermedades reumatológicas. «Solo quiero que la miren bien, claro», balbucea la madre, cansada de que antiinflamatorios y analgésicos para el dolor no basten para que su niña disfrute de la infancia. «Ahora mismo no puede hacer prácticamente nada y era muy deportista, iba a batuca, a patinaje, a gimnasia rítmica, le gusta andar en bici...».