Las comparaciones con otros conjuntos históricos gallegos son odiosas, vecinos y negocios denuncian el abandono del origen de la urbe

A CORUÑA / LA VOZ
22 mar 2021 . Actualizado a las 20:03 h.

La Ciudad, realmente, empieza detrás de María Pita. Después de los soportales en los que la mayoría se detienen para dar media vuelta cuando pasean un día de domingo. Aquí el casco histórico es «la periferia de la periferia», describe Rosa María. Es uno de los 2.883 vecinos censados el barrio más antiguo de A Coruña. El 1 % de su población total. Lo que debería ser un foco de atracción de gente se limita a un conjunto de calles empedradas donde reina la calma. «Y el abandono», apostilla la residente.

La vía principal, Nosa Señora do Rosario, «a que dá nome á patroa da Coruña», recuerda José López Parada, ebanista y dueño del establecimiento con más solera de la Ciudad Vieja, está levantada. «Mismo enfronte ao taller encontrei a muralla», dice señalando desde su carpintería, abierta en 1958, el muro que ha dejado al descubierto la abertura en canal de la avenida. Esta vez las obras no se han parado por el hallazgo, para alivio de los vecinos, cansados de sortear baches, como ocurre en la calle Cortaduría o en el Xardín de San Carlos, actuaciones a la espera de un informe de Patrimonio.

Vítor Mejuto

«El mal estado de las plazas, de las calles, se contagia», admite Pedro Roque, el presidente de la Asociación de Veciños Cidade Vella. Desde el colectivo están cansados de poner el grito en el cielo por el olvido que padece un espacio reconocido como conjunto histórico artístico en 1984 y como bien de interés cultural un año más tarde, en el 85.

La ansiada peatonalización culminada en el verano del 2018, aunque contenta a la mayoría, se ha limitado «a quitar os coches, sen máis», incide Pedro Roque, que pone como ejemplo los inexistentes bolardos o las señales de circulación actualizadas. «Como no se multa, muchos aún pasan, somos el aparcamiento de A Coruña», reprocha Rosa María.

La jamonería La Leonesa, abierta desde 1967, es una institución. El negocio de Bernardo es uno de los pocos que resiste
La jamonería La Leonesa, abierta desde 1967, es una institución. El negocio de Bernardo es uno de los pocos que resiste Vítor Mejuto

Sitio distinto

A diferencia de lo que sucede en el resto de las urbes gallegas, el casco histórico coruñés no es ese rincón con encanto del que presumir, si a su estado de conservación y vitalidad nos remitimos. La pandemia no ayuda, pero tampoco ha sido el detonante de cierres en cadena. La mayoría de los bajos están vacíos desde hace años. Que abra aquí un negocio es, cuando ocurre, noticia. «Están permitindo facer vivendas en baixos, iso mata a zona, convértea aínda en máis residencial do que xa é. Isto acabará sendo Ciudad Jardín. Estamos illados no centro da cidade e a cuestión é que non somos capaces de atraer a xente. Os poucos locais que quedan abertos son para dar servizos básicos aos veciños», resume Adolfo López, presidente de la Asociación de Comerciantes Cidade Vella (Aceca), y al frente, desde hace 20 años, de la tienda Tierra de Fuego, junto a Nosa Señora do Rosario. En la que debería ser la vía neurálgica, los bajos abiertos, además de la carpintería de José, se cuentan con los dedos de la mano. «Isto estaba invadido de artesáns, agora está medio morto. Só da madeira eramos sete, agora son o único supervivente do gremio», recuerda el ebanista.

«Tiende a ser una ciudad dormitorio, y eso que mucha gente no llega a estabilizarse porque falta de todo: fibra, gas, cobertura. Mi jamonería parece a veces una almacén, de tantos paquetes que llegan de vecinos que compran por Internet», sonríe Bernardo. Lleva cuatro decenios tras el mostrador de La Leonesa. El local que montó su tío, maragato como él, hace 53 años. Con un puñado de restauradores y tenderos más son la resistencia que mantiene viva la actividad comercial. «Muchos de los que aún no cerraron es porque son dueños de los bajos», aclara Adolfo.

Kate y Alejandro, de la tienda de decoración Wombat y del taller de cerámica Arobe, son dos de las últimas, y contadas, aperturas
Kate y Alejandro, de la tienda de decoración Wombat y del taller de cerámica Arobe, son dos de las últimas, y contadas, aperturas Vítor Mejuto

Nuevos en el barrio

«No sé si es ser aventurera o estar un poco loca, pero abrí a finales de septiembre y estoy contenta. En el centro pasa mucha gente, pero va a lo suyo, aquí paran, entran, y te desean suerte», exclama Kate. Su tienda de decoración Wombat es la excepción, al igual que el taller de cerámica Arobe, que está en el portal contiguo. «No me arrepiento de estar aquí. Los alumnos de los cursos agradecen oír los pájaros y no a los coches. Además, una parte importante de la clientela son turistas», dice Alejandro.

Aunque las soluciones de comerciantes y residentes no siempre coinciden, sí comparten el diagnóstico: el olvido, imparable desde los 80, en el que ha caído el casco antiguo. Con todo, según una encuesta realizada por el Colegio de Arquitectos de Galicia (COAG) en el 2013, los vecinos de la Ciudad Vieja son los ciudadanos de A Coruña que más prefieren vivir en su barrio. «Es como un pueblo, aquí nos conocemos todos», concluye Bernardo.

La calle Cortaduría es un campo de minas.Como denuncian Rosa María y Pedro, de la Asociación de Veciños, las actuaciones de rehabilitación en la Ciudad Vieja brillan por su ausencia. En esta vía el problema son los cantos rodados. Un rifirrafe entre el Concello y Patrimonio, de la Xunta, sobre si vale la pena conservarlos demora la reforma
La calle Cortaduría es un campo de minas.Como denuncian Rosa María y Pedro, de la Asociación de Veciños, las actuaciones de rehabilitación en la Ciudad Vieja brillan por su ausencia. En esta vía el problema son los cantos rodados. Un rifirrafe entre el Concello y Patrimonio, de la Xunta, sobre si vale la pena conservarlos demora la reforma Vítor Mejuto

Obras que se eternizan y una actividad comercial que no remonta, su talón de Aquiles

Está en la ciudad, pero faltan suministros hoy tan esenciales como la fibra o la cobertura móvil. La movilidad de los coches está restringida desde el 2018, pero los accesos son un cuello de botella y el paso de ciudadanos de otros barrios, atraídos por la ausencia de coches, no se ha producido. «Non se fixo nada nin se vai facer por reactivar a actividade», pronostica el presidente de los comerciantes, Adolfo López.

El Plan de Revitalización Cidade Vella, elaborado por el anterior ejecutivo de la Marea en el 2019, es el último documento marco sobre el que deberían regirse los cambios, que no llegan. La reforma de la calle Damas ha sido paralizada por el gobierno actual, «se presupuestaba -argumentan desde María Pita- un millón y medio de euros para una superficie de mil cuadrados. Se paró para poder ajustar ese desfase»; el proyecto del Eirón de la Fundación Luis Seoane está a la espera de contar con «presupuesto», al igual que la rehabilitación de la Casa de Veeduría. La única actuación en marcha es la de Nosa Señora do Rosario.

«No queremos ningún plan, sino que se limpien las calles, que se cuiden los jardines, es lamentable el estado de Azcárraga. Los problemas de la Ciudad Vieja son conocidos desde hace años», reitera Rosa María Araújo, de la asociación de vecinos. «El modelo está inventado. Tenemos otros casos de cascos antiguos recuperados. Vigo, Santiago, Pontevedra, Allariz, Oviedo...», enumera Pedro Roque. Las comparaciones siempre son odiosas. Lo único que se necesita es empezar.

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Crece en población y, en contra del tópico, no es la más envejecida

«Destaca unha recuperación moi leve da poboación, a un ritmo inferior ao municipal, e cun grao de envellecemento alto que tende a un certo rexuvenecemento, a diferenza do conxunto municipal, en proceso de envellecemento», indica el Plan de Revitalización Cidade Vella, redactado por el anterior gobierno municipal de la Marea Atlántica en mayo del año pasado.

Lo cierto es que los datos constatan que la Ciudad Vieja no es el barrio con el vecindario más avejentado. Según el Observatorio Urbano, el 25 % de sus moradores tiene 65 años o más. El porcentaje está por debajo del 29 % del distrito que engloba Juan Flórez y la plaza de Lugo, o el 28 % del que abarca Os Mallos y la zona de la estación de tren.

Además, como indica el INE, el censo del casco antiguo ha crecido y se ha roto la tendencia del primer decenio del 2.000, cuando perdió moradores. Ha pasado de los 2.583 habitantes en el 2013 a los 2.883 del 2019. Un fenómeno «maioritariamente, protagonizado pola chegada de residentes novos», argumenta el informe. Una dinámica que se corresponde con la de la urbe, en el 2013 con 242.284 habitantes y en el 2019 con 245.711.

Alberto Faraldo, del estudio EnReforma, delante del edificio que ardió junto a la Colegiata y que está rehabilitando
Alberto Faraldo, del estudio EnReforma, delante del edificio que ardió junto a la Colegiata y que está rehabilitando Vítor Mejuto

La otra cara de las reformas: el cambio generacional

Las llamas terminaron de arruinar el edificio del siglo XVIII que ahora rehabilita el estudio que dirige el ingeniero industrial especializado en edificación Alberto Faraldo. «Es un ejemplo del fenómeno de gentrificación que está experimentando la Ciudad Vieja. Reformas inasumibles por parte de propietarios que, al final, hacen que el inmueble se venda a inversores o a gente que puede permitirse la inversión, lo que encarece los precios», cuenta Faraldo, de EnReforma.

Las grúas de empresas constructoras han dejado de ser una rareza en las calles aledañas a monumentos como la Colegiata. La rehabilitación está cobrando impulso. «É o camiño para que volva vivir xente aquí. Se non hai máis residentes, isto non se revitaliza», quiere ver el lado positivo Pedro Roque. Para que esto se produzca, insiste, las Administraciones tienen que hacer lo propio con los espacios públicos.

Proceso «elitista»

«Los plazos para reformar son los que son. Una licencia está tardando como mínimo 12 meses. Está calculado que el coste de esa espera encarece hasta un 10 % el valor del inmueble. Los inversores recuperan entre un cinco y un siete por ciento lo invertido. Cuando más pequeño es el piso, más retorno. Y cada vez que peatonalizas una calle, el valor del inmueble sube entre un 10 y un 20 %, automáticamente. Es el proceso elitista que vivimos y que sucede en casi todos los núcleos antiguos europeos», precisa Faraldo.

Los más vulnerables, no lo duda, son los mayores. «Los nuevos vecinos van desplazando a los antiguos. La gente mayor que está alquilada sufre ese proceso. Se detecta el cambio en la edad del vecindario. No sube, empieza a bajar», añade.

Pero, aunque el ingeniero destaca otros barrios con un deterioro generalizado más acusado, como Pescadería, lo cierto es que en la Ciudad Vieja se han incrementado las viviendas vacías. Según el último dato recogido en el Plan de Revitalización Cidade Vella, del 2018, están deshabitadas un 35 %. En el conjunto de A Coruña son el 12 %. Una cifra que, si la gentrificación continúa, puede bajar en los próximos años.