No corren buenos tiempos para ciudades liberales, cosmopolitas y progresistas como A Coruña. El nuevo siglo ha recuperado un fenómeno que ya creíamos superado: el regreso de los totalitarismos. Primero, de manera larvada, bajo la máscara de ideales y formas plenamente democráticas que poco a poco van dejando vislumbrar la realidad subyacente. Luego, intentando imponer su forma de ver el mundo a los demás.
La actuación de nuestro Ayuntamiento retirando la alfombra floral del Rosario, es otro ejemplo de esta actitud totalitaria, de este sentimiento de propiedad exclusiva del espacio público frente a quien piense o actúe de manera diferente. Pocas horas después de que un grupo de vecinos hubiesen concluido con arduo esfuerzo su anual regalo floral a la ciudad, nuestro regidor se ocupó de que fuera retirada. Las brigadas de limpieza se aplicaron con verdadero ahínco, realizando un esfuerzo inversamente proporcional al que les es exigido para limpiar la ciudad de aquellas pintadas que no sean alusivas a la los que mandan. Como siempre, la culpa será de algún funcionario.
Se olvida el profesor de Derecho de aplicar la consabida limpieza a sus compañeros de filas cuando incurren, y ya parece costumbre, en conductas inmorales y presuntamente delictivas como adjudicar concesiones y comprar pisos a amiguetes ideológicos. O permitir la ilegal ocupación de edificios públicos para usos partidistas y excluyentes. Aquí se mutan los principios y para distraer la atención se arremete contra enemigos imaginarios: esta vez le tocó el turno a estos creativos vecinos que solo querían homenajear a nuestra patrona. Y olvida finalmente nuestro alcalde que por mucho que la marea haya subido hace tres años, jamás podrá ahogar el talante liberal y progresista de A Coruña, donde desde siempre se acostumbra a respetar al discrepante y se encuentra solaz en lo diferente. Aunque no sea capaz de entenderlo, los coruñeses somos así.