Antonio Veiras Vázquez, «Veiras o guardarríos»
08 jun 2002 . Actualizado a las 07:00 h.A este Antonio, ágil jubilado, todo el mundo le conoce por «Veiras o guardarríos», porque esta profesión ejerció durante gran parte de su vida. Gallego sí y residente en Noia desde los años cincuenta, aunque no barbanzán. Señala su nacimiento y el de sus antepasados en Abegondo¿Bergantiños, de donde su abuelo fue juez y su padre alcalde en los acelerados tiempos de Primo de Rivera que desembocaron en la República desvanecida en el aire estival de 1936. Estrenaba los quince años cuando desde los agros de siega vio con los suyos pasar hombres armados camino de A Coruña el 20 de julio de aquel año. Carromatos y camiones rebotando sobre el pedregal, camino de una gloria dudosa o de una fortuna prometida al alcance de los que defendieran la nueva España cara al sol con la camisa nueva. Eran los duros tiempos del «estás conmigo o estás contra mí». Con formas más sinuosas, hoy en día el poder sigue ejerciendo el mismo auto de fe. Aquel 20 de julio en que súbitamente se hizo mayor, vio a los hombres del pueblo huir a las montañas, ocultarse en las cuevas y temblar con la incertidumbre del nuevo amanecer. Pasada la contienda, las últimas brasas las mantuvo por su tierra Foucellas y su aguerrida muchachada a la busca de un sueño revolucionario. Aquellas cenizas se esparcieron teñidas de un aire verde en el río Mero o cualquier otro y con ellas las casas incendiadas, las ambiciones mezquinas, lo peor de cada quién se volatilizó para siempre en el caos eterno que todos presentimos y en el que ninguno creemos. Por oposición convocada por el correspondiente Ministerio, Antonio logró su diploma y a las aguas del Tambre y del Traba, más limpias de sangre ya en los 50, vino a dar con la misión de su cuidado. Por sus ojos azulísimos, de tanto mirar al cielo reflejado en el río, vio pasar las alegres truchas y los presuntuosos salmones camino de su muerte. Conoció el ciclo de la torpe lamprea que tantas mesas de médicos y abogados, ingenieros y militares adornó al final del invierno. Los sauces llorones, como banderas rendidas a la belleza de la corriente, buscando sus besos, sirvieron de sombra y reposo a Antonio en su deambular diario cuando, sin haberlo inventado, él ya ejercía de ecologista. Dice el diccionario de la Academia que un guardarríos es un martín pescador y no un funcionario público. Ello, en mi opinión, prestigia el nombre de este jubilado, patriarca de siete hijos, cuyo rostro es memorablemente idéntico al retrato que Van Gogh hizo de su doctor Gadchet. Nadie como Antonio sabe que el joven Jorge Manrique decía verdad: «Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir;/ Allá van los señoríos/ derecho a se acabar/ e consumir». Que los dioses del río te bendigan, Martín Pescador .