Carlos Sánchez González-Dans: «El reloj ya no es para mirar la hora»

Pablo Portabales
Pablo Portabales A CORUÑA / LA VOZ

BERGONDO

EDUARDO PEREZ

02 oct 2018 . Actualizado a las 09:30 h.

Mañana arranca octubre. A finales de mes cambiará la hora. ¿Por última vez? «No estoy a favor del cambio porque nadie me ha convencido de que sea algo beneficioso. Y lo digo a pesar de que a mi negocio le conviene porque nos aumenta el trabajo», comenta el empresario y relojero Carlos Sánchez González-Dans. Es el cuarto de doce hermanos. Su bisabuelo, Benito Dans Fraga fue «el primer joyero de Bergondo. Siempre me gustó el sector desde pequeño. La crisis afectó mucho a la joyería y en la relojería tuvimos que reorientarnos a la reparación. Creamos Dans Relojeros hace cinco años y no nos va mal. Ya somos la segunda empresa de nuestro sector a nivel nacional», asegura. En la muñeca lleva un imponente Breitling que marca las cuatro y diez. «Tengo un montón, buenos y malos. Me gustan mecánicos, con correa de cuero, mejor que de caucho o metal. Mi favorito es un Longines que era de mi padre. El valor sentimental es lo más importante. Hay reparaciones que no son rentables pero compensan por lo que significa la pieza», apunta el experto. Dice que por las mañanas, como le sucedía a su abuela, se despierta antes de que suene la alarma-despertador del móvil. «El reloj ya no es para mirar la hora. Es un complemento y un símbolo de estatus», sentencia y bebe un sorbo de agua. Charlamos en la cafetería Terracota de la plaza de Vigo. Hay que aprovechar el tiempo.

En María Pita y Tabacos

Desde hace menos de un año son los responsables del mantenimiento de los relojes del Ayuntamiento. «Además de los más de cien del museo del palacio municipal, son los del Obelisco, el floral de Méndez Núñez, que lleva un tiempo (toca madera) sin sufrir actos vandálicos, el de María Pita y el del instituto Eusebio da Guarda. Además del de Tabacos, que restauramos totalmente cuando se rehabilitó el edificio», enumera. Dice que todos cuentan con buenas maquinarias y que el más complejo es «el de María Pita». «Tiene más de cien años porque estaba antes incluso de que se trasladase para allí el consistorio», afirma. Defiende el trabajo artesanal. «Mi trabajo no lo puede hacer un robot. Hay que buscar el fallo, solucionarlo y dejarlo en perfecto estado», comenta. Dice que de vez en cuando les llega un reloj Bassel, la marca que creó su familia a principios de los ochenta. «Se hacían en Suiza, sigue siendo la referencia de la relojería mecánica de calidad», recuerda.

Un manitas

De pequeño quería ser veterinario, pero siendo un chaval ya desmontaba e intentaba volver a montar despertadores. «Siempre fui un manitas. También me gustan la plantas y cuidar la huerta», confiesa. Si va a casa de un amigo y hay un reloj que va mal «intento arreglarlo», asegura Carlos. Tiene 53 años y cinco hijos, uno de ellos en acogida, de entre 22 y 10 años. «Cuando nos dejan me gusta pasmar al lado de mi mujer».

Se declara paciente, afable y positivo. «Hasta que me conocen dicen que tengo aspecto de mal carácter». Me habla con entusiasmo de su labor como presidente de la asociación Alía Network. «Mantiene su objetivo de buscar sinergias, pero ahora también colaboramos con acciones solidarias. El lunes (por mañana) organizamos una charla de Yaiza Canosa en la Escuela de Finanzas», destaca. Y también se emociona cuando habla de las campanas. «Las del Camino de Santiago no están catalogadas y es un trabajo que queda por hacer. También conseguir que el toque manual de campana sea declarado patrimonio inmaterial de la humanidad». Dice que las dos campanas de bronce de Capitanía, donadas por Fernando VI en 1751, son una joya. «Algunas se podrían restaurar para que volteasen». Son las cinco. «Me gusta la puntualidad», concluye el relojero.