Genera una gran desazón cada vez que en A Coruña se tala una por culpa del picudo rojo
13 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.En el ámbito rural es frecuente tomar los árboles singularizados como punto de referencia. Hay que torcer con el coche a la derecha, «donde está aquel carballo»; hay que ir caminando hasta que «aparezcan los eucaliptos». Los urbanitas, en general, son más genéricos. Normalmente, hablan de árboles sin entrar en muchos matices. Con una sola excepción: cuando se levanta, imponente, alguna de esas maravillosas palmeras que fueron salpicando la ciudad desde el siglo XIX. Nadie las llama aquí «el árbol» y, desde la más tierna infancia, ejercen una gran fascinación en los pequeños. ¿Quién no ha mirado hacia arriba en Méndez Núñez soñando alcanzar la copa de alguna de ellas?
Quizá por ello, por esa asociación sentimental con el imaginario infantil, genera tanta desazón cada palmera que se tala debido al picudo rojo. Una especie de macabro dominó que, poco a poco, las va eliminando del paisaje urbano. La semana pasada caía una muy especial, la del ala izquierda de Compañía de María, un ejemplar que, de tantos años ahí erigido con elegante esbeltez, parecía formar parte del propio edificio. Una suerte de escultura natural sin la cual al todo le faltaría una parte. Tal es así que en el colegio se usa la expresión «la puerta de la palmera» para indicar por dónde salen los niños más pequeños del centro. Son los que, generación tras generación, soñaron también con encaramarse a lo más alto. Y los que han sentido un pinchazo en el corazón cuando la vieron cortada de cuajo, como si con ella se fuera una parte de los recuerdos de unos y de lo que queda por vivir de otros. Los que seguirán diciendo «la puerta de la palmera» hasta que llegue otra generación y pregunté por qué. Y solo se le pueda mostrar el tocón y la silueta imaginaria de lo que un día fue.