Sabina, con los ojos empañados, en A Coruña: «Gracias, gracias, gracias»

Andrés Rey, A. A. A CORUÑA

A CORUÑA

EDUARDO PEREZ

El cantautor se quitó varias veces el sombrero, presa de la emoción, ante un Coliseum que lo alabó en pie

16 jul 2023 . Actualizado a las 01:11 h.

Solo Joaquín Sabina podría haberse pasado dos horas de concierto sentado en un taburete y aun así encandilar a un Coliseum intergeneracional que disfrutó como si no hubieran pasado los años. La conexión y complicidad con el público, el cariño y la emoción fueron la tónica general de una noche en la que el mismo Flaco de Úbeda acabó al borde de las lágrimas. Un concierto inolvidable que se repetirá el domingo, en el mismo lugar, a las 21.30 horas.

Se asomó al escenario humildemente, como uno más entre su banda, pero el público lo recibió en pie. El Coliseum estaba lleno y entregado. Sabina, sin más armas que un bombín, una silla y su icónica voz rota cosida a puntadas en clave de sol, arrancó con un Cuando era más joven que no hizo más que encender a un público que no dejó de corear sus temas de ayer, hoy y siempre. 

El concierto empezó mirando hacia atrás, con un gracias, unos versos dedicados a la ciudad y una disculpa: Sintiéndolo mucho. En los siguientes temas, Sabina «lo negó todo» pidiendo palmas y elevó la temperatura con algunas «mentiras piadosas». «Me duele más la muerte de un amigo que la que a mí me ronda», afirmó en Lágrimas de mármol, los focos deslumbrando al público.

«Cuando uno llega a determinada edad, quiero decir, determinada avanzada edad, lo peor es que se van yendo amigos y maestros muy queridos. En los últimos años se nos fue Luis Eduardo Aute, poco después también se fue Pablo Milanés, luego mi primo Serrat se retiró, nadie sabe por qué [risas]. Y la canción que cantaré ahora está escrita en honor de una mujer, al menos con esta tuve la suerte de poder cantársela a ella, mirándola a los ojos. No está escrita para llorar su muerte, sino para celebrar su vida», pronunció el artista. Había abandonado el centro del escenario para sentarse un poco más a la izquierda, en una mesa de café con dos sillas. Una era para él, la otra para Mara Barros, que con un chal rojo encarnó a Chavela Vargas en Por el bulevar de los sueños rotos. «Quién supiera reír...», preguntó Sabina. «Como llora Chavela», respondió al unísono el Coliseum. Y Joaquín se puso de pie y les cantó a dos fotos que brillaban en la pantalla tras él: una era de Chavela, la otra de «un tal José Alfredo».

Con Llueve sobre mojado, Sabina aprovechó para presentar a la banda, dispuesta en forma de uve a un lado y a otro del cantautor. En la pantalla, fotos de todos los músicos cuando eran pequeños. Acto seguido, el de Úbeda se despidió, Mara Barros sedujo al público cantando Yo quiero ser una chica Almodóvar y Antonio García de Diego, desde la esquina en la que tocaba teclados, guitarras y armónica, cantó La canción más hermosa del mundo. Tras él, dibujos y manchas de tinta negra: una estantería, un galeón, calles de ciudad, una máquina de escribir... Lágrimas entre el público.

«Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo», terminó Sabina. Y luego cantó Tan joven y tan viejo con tanta franqueza y tanta verdad, que el público respondió poniéndose en pie y entregando al Flaco de Úbeda una atronadora ovación que se alargó durante casi cinco minutos. Trescientos segundos en los que los ojos de Sabina brillaron mucho más que de emoción.

EDUARDO PEREZ

De ahí en adelante, la comunión con el público fue total, como se pudo apreciar en Canción para la Magdalena19 días y 500 noches Y sin embargo, en cuyo preludio Mara Barros se metió a todos en el bolsillo con unos quejíos delicados y medidos. La canción la terminó a coro el Coliseum y Sabina volvió a sacarse el sombrero.

Para los bises, regresó con su clásico bombín negro. «Yo no quiero París con aguacero ni mi Galicia sin ti», cantó en Contigo, y con Y nos dieron las diez se hizo de día. Los coruñeses vivieron el concierto unidos, cantando y celebrando, llenos de nostalgia y devoción por un Sabina que se resiste al paso del tiempo. Cada uno se llevó un trocito del alma del cantautor, una serie de recuerdos de vida, un nudo en la garganta, sinceridad, risas. «Y creo que no olvidaremos nunca esta noche», terminaba el Flaco de Úbeda. Sintiéndolo mucho, el de este viernes, junto con el del domingo, serán dos conciertos históricos que permanecerán en la memoria colectiva como quizá, las últimas veces en las que Sabina deleitó a una A Coruña que siempre lo recibe como el cantautor de la eterna voz rasgada que es.