Entre las cosas que más le gustaban, andar y no darse importancia eran de las más importantes
09 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando nace un gallego, Dios, que está en la puerta del universo repartiendo carnés de gallego, le pregunta al proyecto de gallego qué quiere ser de mayor:
—¿Románico o barroco?
Valle-Inclán, por ejemplo, se pidió ser barroco, y por eso le salió esa literatura hiperbólica, desmesurada, como de mexicanos pegando tiros al aire con sus carabinas al final de una juerga.
Arsenio, en cambio, aunque dudó un momento antes de contestar por si la pregunta tenía truco, eligió ser románico. Por eso su fútbol era sobrio, de bóvedas sencillas y elegantes, robusto, sin filigranas de más, pero de una hermosura honesta e imperecedera. La belleza de aquel equipo de la temporada 93/94 era una belleza como de ocho siglos de largo.
Nunca tuve la suerte de entrevistarlo. Me daba pudor acercarme a hablar con él cuando coincidíamos en cualquier sitio porque para mí Arsenio era un ser mitológico, aunque si oyese esto, menearía la cabeza y me pediría que no dijese chorradas:
—Que mitolóxico nin que nada, eu son de Arteixo.
A veces venía de visita a La Voz, en Sabón, caminando desde Arteixo. Porque entre las cosas que más le gustaban, andar y no darse importancia eran de las más importantes. Encontrarte a un señor que había sido entrenador del Superdépor y del Madrid de paseo por el polígono como si nada era la definición andante de qué significa tener los pies en la tierra.
Yo, que soy uno de los contados frikis que cruzan caminando Sabón para pillar el bus de Entrejardines en el Rozas, aún pienso que cualquier día me lo voy a encontrar en la acera de Inditex. Entonces sí aprovecharía para contarle que lo hemos querido tanto porque nadie ha resumido mejor que él en qué consiste la Galicia insobornable de los humildes.