Lo bueno es que en A Coruña, a mayores de la calle primigenia que todos llevamos puesta encima desde la niñez, tenemos un segundo barrio que es de todos, al margen del código postal que tengamos tatuado en el miocardio
04 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Al coruñés criado durante décadas en una de nuestras queridas calles cuesta mucho extraerlo de su barrio. En el caso de que un nativo de Monte Alto o de Os Castros se tenga que ir a otro paisaje urbano, porque se casa con alguien de otras latitudes o porque le han subido el alquiler al precio de la estación espacial internacional, el vecino expatriado se toma su exilio como un Erasmus. Lo asume como una experiencia pasajera y divertida en otro país, pero desde el primer minuto tiene claro que va a volver cuanto antes a su hábitat natural.
Lo bueno es que en A Coruña, a mayores de la calle primigenia que todos llevamos puesta encima desde la niñez, tenemos un segundo barrio que es de todos, al margen del código postal que tengamos tatuado en el miocardio. Porque la Ciudad Vieja, que por algo llamamos la Ciudad, sin más, sin apellidos adheridos ni zarandajas, es de todos y cada uno de los coruñeses, ya sean coruñeses de nación o coruñeses de importación, porque los coruñeses, como los de Bilbao, nacemos donde nos da la gana.
Al coruñés de más allá de Puerta Real le cuesta regresar a este núcleo atómico de la ciudad fuera de la feria medieval, que es cuando todo el mundo se pasa por la Ciudad Vieja para beber mojitos medievales y kebab del siglo XIII. Pero el casco histórico sigue abierto el resto del año, sin puente levadizo ni foso con cocodrilos, y hay pocas cosas más bonitas que acercarse a la plaza de Azcárraga o a las Bárbaras para pisar las hojas muertas y dejar que a uno le llueva encima como Dios manda.
Llegan las fiestas del Rosario, que son las fiestas del barrio de todos los barrios, y A Coruña se sacará de nuevo a sí misma a bailar un agarrado en el Parrote.