Dos decenios de un adiós histórico en A Coruña: «Aquí teníamos un sueldo, si estábamos con nuestros maridos era por amor»

Mila Méndez Otero
Mila Méndez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

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ANGEL MANSO

Las cigarreras reivindican su legado en la lucha feminista cuando se cumplen 20 años del cierre de la tabacalera

12 sep 2022 . Actualizado a las 10:46 h.

Es la primera vez que se asoman juntas desde el cierre. Teresa, Mariví, Juanjo, Marica y Lolecha no pueden ocultar la emoción. «Trabajamos aquí muchos años, ¿sabe?», le cuenta Lolecha a la agente que custodia la entrada de la actual sede de la Audiencia Provincial. Como recuerda la leyenda que preside la puerta principal, aquí estuvo la Fábrica de Tabacos de A Coruña.

«Me gustaría que me dijeran, mira, tienes que volver a hacer algo en la fábrica. Iría con los ojos cerrados, era mi casa», confiesa con una sonrisa Victoria López Crespo, aunque todos en la Palloza la conocían como Mariví. El 2022 es tiempo de recuerdo. En diciembre se cumplen dos décadas del cierre de la que fue la tabacalera más grande de España, la segunda más antigua del país, donde solo sigue en activo la de Cantabria. «Luchar ya no se puede, pero recordar sí», subraya Juan José Lojo, cigarrero que ejerció como vocal en el comité de empresa central en Madrid.

La efemérides es una excusa para reivindicar el legado de una factoría que fue «un símbolo de lucha obrera, feminismo y emancipación de la mujer», destaca Juanjo. «A muchas viudas, la fábrica les dio la vida. Pudieron mantener a sus hijos, enviarlos a la universidad. Aquí trabajamos solteras, casadas, viudas o separadas. Con un sueldo éramos más independientes. Aquí, si estábamos con nuestros maridos era por amor», dice Lolecha. Sus compañeras asienten.

Lolecha, Teresa, María, Juanjo y Mariví  en la entrada de la antigua Fábrica de Tabacos
Lolecha, Teresa, María, Juanjo y Mariví en la entrada de la antigua Fábrica de Tabacos ANGEL MANSO

Castigadas después de las seis

«Sí que fuimos unas privilegiadas por nuestros salarios, no por las condiciones de trabajo. Nos levantábamos a las cinco, ¡teníamos dos despertadores en el cuarto! Veníamos andando y, si llegabas un minuto después de las seis, no entrabas hasta las diez, pero ya perdías medio día de sueldo. Además, había un taller, digamos que más dificultoso, de trabajos más duros y desagradables, donde te castigaban si te retrasabas», recuerda Lolecha, que llegó a ser jefa de equipo.

Desde que empezó la más veterana del grupo, Teresa Mosquera entró en el 57, hasta que se fueron prejubilando 40 años más tarde, las cosas cambiaron mucho. «Porque peleamos. Entrábamos jóvenes, muchas mujeres juntas, y éramos muy modernas», presume María Vázquez, Marica para sus compañeras. Los cinco están entre los 75 y los 83 años. «Las cigarreras eran muy suyas. Un tío mío murió sin saber cuánto cobraba su mujer», sonríe Juanjo. «No te creas que a nuestros compañeros les hacía mucha ilusión tenernos aquí y que nos llevásemos a casa una paga como ellos», desliza Lolecha.

Hoy, las mujeres, el grueso de la plantilla de la factoría que llegó a emplear a un millar y medio de personas, siguen siendo las más implicadas en todos los actos de recuerdo. «Con diferencia, son las más participativas», asiente Juanjo. Cuando entró como mecánico con 22 años lo que más le impactó fue «la falta de derechos de las mujeres. Estaban siempre en un segundo plano».

Del despido a sala de lactancia

Los cinco recuerdan el reglamento de trabajo del 16 de octubre de 1942. Las mujeres que se casaban tenían que dejar su trabajo a cambio de una dote. «También las que se quedaban embarazadas», apunta Lolecha.

Las operarias cobraban menos que sus compañeros varones aunque estuvieran en el mismo puesto, podían ser rechazas por un jefe de equipo si no eran de su agrado y no se llevaban una cajetilla de tabaco gratis a casa.

Pero, en la fábrica donde se vivió la primera huelga de mujeres de Galicia en 1857 y que inspiró a Emilia Pardo Bazán para escribir La Tribuna, su tesón fue posibilitando avances. «Llegamos a tener una sala de lactancia o permiso para irnos una hora antes cuando éramos madres», cuenta Marica.

Cuando en 1999 Tabacalera se fusionó y nació Altadis, los rumores del cierre tomaron fuerza. «La fábrica cerró por tres motivos: por la especulación urbanística, por el escaso compromiso político y por nuestra curva de edad», resume un emocionado Juanjo. La plaza donde está emplazada la instalación es hoy uno de los caramelos inmobiliarios de la ciudad, cada vez más huérfana de grandes factorías.

Cuando echó el cierre, en la Palloza trabajaban unas 200 personas. Los hijos de dos de estas mujeres llegaron a tener empleos temporales, «en los últimos diez años de actividad ya no hacían fijos», dice Teresa. De los Farias a los Celtas pasaron por las manos de este grupo donde ninguno de los cinco es fumador. «No me pesa nada ser cigarrera, al contrario, me eleva», afirma Mariví. Las y los jóvenes de hoy pueden aprender mucho de su compromiso.