Toreando las olas

A CORUÑA

ANGEL MANSO

Esa forma de arrastrar la espuma que tienen las olas es como si A Coruña estuviese toreando al natural al Atlántico

11 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Con los toros me pasa como con tantas cosas en la vida: me veo envuelto en un océano de contradicciones. Por un lado, nunca me ha gustado ver sufrir a un animal (ni siquiera a ciertos Homo sapiens). Y, por otro, las contadas veces que me he sentado en los tendidos de Las Ventas, la Monumental o el Coliseum me sentí dichosamente noqueado con algunos lances por su brutal belleza milenaria. Hace muchos años, leía las crónicas taurinas de Joaquín Vidal por pura fascinación estética y tal vez así aprendí a escribir, tratando de entender con un ojo qué era una chicuelina mientras con el otro me empapaba de las columnas de Alvite y Umbral.

Me sucede algo parecido con el boxeo. No puedo entender que los púgiles se sacudan sin piedad hasta que uno de los dos cae inconsciente, pero hay combates, cielo santo, en los que parece que estás viendo a Aquiles y Héctor darse de hostias a las puertas de Troya, e incluso que Homero se ha disfrazado de Norman Mailer para contarnos su Ilíada del Zaire.

Con todas mis incoherencias y paradojas a cuestas, cuando llega el invierno, a veces me asomo a la rotonda de las Esclavas y me pongo a ver cómo entra el mar en la ensenada desde la izquierda hacia la orilla donde chapotean los veteranos de la playa. Y esa forma de arrastrar la espuma que tienen las olas, primero furiosas al arrancar con la glorieta de los Surfistas al fondo y luego, ya mansas, al deslizarse sobre las rocas y las filigranas blancas, cuando van arrimándose a la esquina de Rubine y la avenida de Buenos Aires, de verdad que lo siento mucho, pero a mí me parece como si A Coruña estuviese toreando al natural al Atlántico, trazando con la zurda un pase lento, casi eterno, para adormecer el mar y dejarlo listo para la muerte al pie de la duna de Riazor.