La vecina que soportó 18 meses a okupas en A Coruña: «Ya vivimos tranquilas»

Elena Silveira
Elena Silveira A CORUÑA

A CORUÑA

ANGEL MANSO

La propiedad del inmueble de la calle Montevideo trasladó a las inquilinas hace un mes a otro piso en la zona de los Castros

29 nov 2021 . Actualizado a las 22:20 h.

Hace casi un mes que Lourdes Lustres y su hija dejaron el piso en el que vivían desde el año 1973 en el número 10 de la calle Montevideo, situado entre la ronda de Outeiro, Alcalde Pérez Ardá y la calle Caballeros de A Coruña. Lo hicieron después de «18 meses de auténtico calvario», conviviendo en el edificio con un grupo de okupas que generaba problemas de violencia, robos y suciedad en todo el entorno. En más de una ocasión tuvieron que acudir patrullas del 092 y de la Policía Nacional por los continuos altercados. Y los vecinos de portales próximos denunciaban que un callejón tranquilo se transformó en un corredor de doble vía por donde desfilaban, día y noche, maleantes y drogadictos.

Lourdes, de 76 años, y su hija aguantaron estoicamente los insultos, los orines delante de su puerta, la suciedad, las papelinas usadas en el portal... Hasta que, después de una intensa negociación con la inmobiliaria propietaria del edificio, llegaron a un acuerdo para poder abandonarlo. La empresa cumplió su palabra y las trasladó a otro piso en la zona de los Castros, manteniendo las mismas condiciones del contrato de renta antigua que tenían. Ahora, casi un mes después de la mudanza, Lourdes por fin sonríe. A pesar de los problemas de visión que sufre, sus grandes ojos lo reflejan todo y confirman que está contenta. Dice que, aunque el piso es un poco más pequeño al de la calle Montevideo, es más cómodo, luminoso, con trastero y plaza de garaje. Y lo más importante para ella: tiene ascensor. «Es pequeño, pero muy acogedor», confirma haciendo una visita guiada por cada estancia. 

Sin nostalgia

Tardaron unos días en adaptarse al cambio, pero ya no pasan las noches en vela pensando en si los okupas podrían provocar otro incendio en el edificio, ni se despiertan con los gritos y peleas que esa gente montaban en las escaleras o la calle. «Ahora vivimos más tranquilas. Allí nos estábamos muriendo de pena», confirma Lourdes. Ella dice que, a veces, le viene el recuerdo de la casa donde vivió casi medio siglo y le entra la nostalgia.

«Es que allí estuvimos hasta siete personas». Pero su hija la interrumpe para recordarle lo que vivieron: «Pues a mi ya no me importa el otro piso. No quiero recordar lo mal que lo pasamos allí durante 18 meses. Sí me gusta revivir los momentos buenos que hubo antes, pero la tranquilidad que tenemos ahora compensa todo», dice.

La única pena que le queda a Lourdes es que en la mudanza se rompieron muchos enseres, como un valioso reloj, la placa de inducción de la cocina, el sillón o parte de la vajilla. También está pendiente de que le instalen en el nuevo piso varias lámparas a las que tiene especial aprecio, cambiar uno de los colchones estropeados por la humedad que había en el piso de la calle Montevideo y otras piezas que esperan su turno en el trastero. «Vamos poco a poco, pero lo imprescindible lo tenemos», dice con ilusión Lourdes.