Al Pingüino lo mataron a puñaladas en una trifulca cuando jugaba a los dados

alberto mahía siro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Crónica negra. Crimen del Pingüino
Crónica negra. Crimen del Pingüino SIRO

Un conocido delincuente falleció en el 2001 en un pub de la ronda de Outeiro tras liarse a tiros contra un grupo de amigos que se defendieron a cuchillo

14 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El dado cayó boca arriba. Siete negro. Y José Enrique Amado Suero cayó boca abajo. Conocido como el Pingüino, falleció a los 34 años durante la madrugada del 22 de febrero del 2001 en un pub de la ronda de Outeiro tras recibir una puñalada en el cuello y otras tres en el resto del cuerpo. Quien lo mató fue declarado no culpable por un jurado popular, que entendió que no tuvo otra que defenderse después de que el muerto le disparase. ¿Por qué? Por un dado.

Es feo hablar mal de los muertos, pero sería mentir decir que el Pingüino era un santo. Con delitos de sangre y mil broncas a su espalda, nadie le tosía. Pero aquella noche le tosieron cuatro cuchilladas porque o moría él o alguno de los tres amigos que tuvieron la desgracia de coincidir con la víctima en el mismo lugar y a la misma hora.

El autor de las cuchilladas era un gitano trabajador y de familia respetable al que le gustaba la juerga. De larga melena plateada y buena planta no era de meterse en líos. Aquella madrugada acudió con dos de sus amigos al pub Chozas. En una mesa estaban jugando a los dados el pingüino y su inseparable amigo el Globero. Dos prendas de mucho cuidado y con un historial delictivo que tenía escritas hasta las anillas de la carpeta. Ya su entrada en el establecimiento anunció borrasca. «Nos pones unas copas o te reventamos el negocio». Así de cordiales se presentaron ante el dueño, que les sirvió sin decir ni mu porque sabía con quien se las jugaba.

De pronto, uno de los dados salió volando en dirección a los tres amigos que se encontraban en la barra. Amado Suero pensó que uno de ellos había hecho la gracia de ocultarlo bajo un pie y se fue a por él. Lo agarró del cuello y golpeó su cabeza. Volaron sillas, mesas y botellas. Hasta que de pronto el Pingüino sacó una pistola y disparó contra uno de ellos, acertándole en la mandíbula. Volvió a apretar el gatillo y le dio a un segundo en el hombro. El tercero, visto que el siguiente sería él, desenfundó una navaja de 10 centímetros de hoja, apuñaló al pistolero y de este brotó la sangre como de un vaso tumbado.

Ya la noche había comenzado agitada. Enrique Amado Sueiro, y su compañero de nocturnidad y alevosía, el Globero, iban buscando gresca. Uno alto y el otro bajo. Uno con ojos oscuros como una sombra y el otro, de ojos claros. Primero estuvieron en el desaparecido local Flash y allí tuvieron un altercado con un cliente del bar. Bajaron la ronda de Outeiro y también se las vieron con el guardia de seguridad de la zona. Lo peor estaba aún por llegar. El destino quiso que fuera en la sede de la peña deportivista «Os Tranquilos», que aquella noche no hizo honor a su nombre. Según declaró a La Voz su entonces dueño, «personajes como estos son de los que hay que darles de beber aparte. A estos tipos hay que llevarlos suavecito y hasta humillarte. De lo contrario, el lío puede ser peor». Y así fue.

El dueño del pub agotó los refranes para referirse al muerto. «Ya dicen que quien a hierro mata a hierro muere. Además el que mal empieza, mal termina». 

Su biografía

José Enrique Amado Suero era un delincuente habitual, un hombre duro, capaz de hacerle un nudo al mazo de la baraja. Esa era su militancia. Creó leyendas, mentiras, historias más o menos fascinantes, y en ese trance se murió. Se había curtido en mil peleas, había conspirado en prisión y, desde hacía unos meses, ya en libertad, se había convertido en el azote de la hostelería coruñesa.

Encamado en la violencia desde muy joven, fue acusado en 1997 de asesinato frustrado. Por ello lo enviaron a la cárcel por un período de diez años. Pero salió a la calle mucho antes de cumplirlos. Curiosamente, para su desgracia.

En aquella ocasión, según se probó en la Audiencia Provincial, el Pingüino discutió con un hombre en un pub coruñés. Su ira trepó hasta el punto de ir a su casa a buscar una escopeta recortada.

Volvió al local y le disparó en la boca del estómago. El hombre se debatió entre la vida y la muerte durante unas semanas. Y al fin se salvó. Pero el Pingüino fue detenido. Aparte de acusarlo de intento de asesinato, la policía encontró en su domicilio Goma-2 y 25 detonadores sensibles e instantáneos. José Enrique explicó que tenía el explosivo para ir a pescar.

Durante el juicio que se celebró en el 2002 en la Audiencia Provincial contra el hombre que lo había matado a puñaladas, este alegó que había sido en defensa propia. Los forenses decretaron que las heridas que presentaba la víctima referían que no se las habían producido con ánimo de matarlo.

El acusado se enfrentaba a una pena de 12 años de prisión como autor de un delito de homicidio. Pero el jurado popular lo declaró no culpable. La Fiscalía recurrió ante el Tribunal de Xustiza de Galicia, que ratificó el fallo. 

La víctima

José Enrique Amado Suero tenía 34 años. Un conocido delincuente coruñés que ya había estado en la cárcel por intentar matar a un hombre tras discutir con él en un pub. Fue a casa a por una recortada, regresó y le disparó en la boca del estómago. Cumplió condena y en la calle volvió a las andadas, protagonizando múltiples peleas y altercados.

El hombre que lo mató

De etnia gitana, acudió aquella noche a tomar unas copas al pub Chozas junto a otros dos amigos. Cuando el Pingüino disparó a dos de ellos, él sacó un cuchillo y se lo clavó al pistolero varias veces. Una de ellas, en el cuello.

Los hechos

El Pingüino y su colega el Globero se encontraban en el pub Chozas del la ronda de Outeiro jugando a los dados el 22 de febrero del 2001. Allí estaban tres amigos. Uno de los dados salió volando y el primero pensó que aquellos clientes lo habían ocultado. Discutieron hasta que Amado Suero sacó una pistola. A uno le disparó en la mandíbula y a otro en el hombro. El tercero sacó su navaja en defensa propia.