Juicio a Pardo Bazán

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

Estatua de Pardo Bazán.
Estatua de Pardo Bazán.

07 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobre la literatura ya revoloteaban el prejuicio, la envidia y la política mucho antes de que el emperador Nerón obligase a suicidarse abriéndose las venas al pensador y escritor Lucio Anneo Séneca por haber tomado parte contra él en la conocida como conjura de Pisón. Algo que, según Tácito, era absolutamente falso. Veinte siglos después, a John Steinbeck lo convirtieron en proscrito social los insultos de terratenientes y banqueros que lo acusaban de atentar contra el modo de vida americano. A Borges lo criminalizaron sus detractores por anglófilo, y el modernismo hispanoamericano de Rubén Darío llegó a ser tildado de «obsceno y degenerado».

Sin alcanzar esos extremos, a Emilia Pardo Bazán le vienen colgando desde hace años el sambenito del acomodo burgués y el de un feminismo contradictorio e incluso falso.

Desde mi punto de vista, los juicios sumarísimos a escritores tienen dos problemas. El primero, etiquetarlos sin tener en cuenta su contexto social, histórico, político o vital. Por supuesto que Pardo Bazán no era feminista como lo habría sido hoy, porque el feminismo en el siglo XIX era casi un milagro. Como lo era la proyección que ella alcanzó como intelectual en una época que reservaba para la mujer el papel de esposa y madre. Con suerte.

El segundo problema es el empeño en juzgar a los escritores por algo más que la categoría de su obra; ejercicio que la inmortalidad suele convertir en estéril. Cartas a Lucilio es un templo de la literatura. Como Las uvas de la ira, El Aleph, Sonatina y Los pazos de Ulloa. Eso es lo relevante. Lo demás, descontextualizar al autor, transita por el sendero estrecho y proceloso del descrédito, viacrucis de genios como Pardo Bazán.