Asesinó a una vecina inspirado en la película «Abierto hasta el amanecer»

alberto mahía siro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

siro

Un joven mató a una mujer de 72 años en 1998 días después de comentar a amigos que él podría hacer lo mismo que los protagonistas del filme

01 ago 2021 . Actualizado a las 00:08 h.

En los primeros días de 1998 Canal plus proyectaba Abierto hasta el amanecer. Una película de culto en la que la sangre, la muerte, el terror y la locura jugaban al tute. Los chavales de la época se la papaban como tigretones. Era un cine distinto que sedujo a toda una generación. A un chico del Castrillón, más que a nadie. Parecía un joven normalito que estudiaba en el instituto de Monelos y si algo había que reprocharle era su adicción a las tragaperras. Por lo demás, un imberbe como otro cualquiera que vivía junto a sus padres en el número 35 de la calle Antonio Ríos, en el barrio coruñés del Castrillón. Hasta que la película dirigida por Robert Rodríguez y escrita por Quentin Tarantino le puso la cabeza del revés. En el recreo le comentó a sus amigos que él también sería capaz de matar como lo hacían los hermanos Gecko y días después asesinó a su vecina del sexto.

Aquel comentario a sus compañeros de pupitre que parecía una estupidez de las que se dicen a esa edad y que luego nunca se cumplen, este lo cumplió y terminó siendo condenado a 18 años de prisión como autor de un asesinato.

Un crimen que nadie se podía creer. Sin motivo alguno. Ni robo, ni animadversión hacia la víctima. Nada de nada. La mató porque sí. Tal vez, y esto nunca lo explicó aquel joven del que no se dice su nombre porque ya cumplió el castigo, inspirado en una película en la que unos peligrosos criminales estadounidenses huyeron de la justicia hacia México. En su viaje secuestraron a una familia para poder cruzar la frontera. El lugar de encuentro con sus compinches era en un bar de mala muerte llamado la Teta Enroscada, lugar que sin que ellos lo sepan, estaba regentado por vampiros y que les hicieron la vida imposible durante una noche infernal.

Los lectores de La Voz se despertaron el 10 de febrero de 1998 con la fatal noticia. Ahí se contaba que la víspera una viuda de 73 años que vivía sola en el barrio coruñés del Castrillón, «fue encontrada muerta en su domicilio, en medio de un gran charco de sangre». La mujer, «con síntomas de haber fallecido hace un par de días, fue hallada a primera hora de la tarde por el hijo de una sobrina que vive en el mismo edificio y que fue el encargado de avisar a la policía». La víctima presentaba un corte en la cara, una cuchillada en la nuca y dos en el cuello.

En un principio, nada más ver el cadáver, la policía pensó en lo más lógico. Que la fallecida fue seguida por alguien hasta su vivienda, entró tras ella, la mató y le robó lo que tenía. Pero cuando le metieron las manos en el bolsillo vieron que había dinero. Y que no se habían llevado nada valioso de la casa. Fue entonces cuando no se descartó ni una sola posibilidad. El móvil del crimen podría ser de cualquier tipo.

Las vecinas del número 35 de la calle Antonio Ríos, un modesto edificio de seis plantas sin ascensor, llevaban días preocupadas. Su amiga faltó a la misa del domingo en la parroquia de Santa Teresa de Jesús y tampoco se la había visto el sábado por el club social de la calle Pablo Iglesias. Una de ellas aseguró que la vio a última hora de la mañana del viernes, 6 de febrero, que es cuando los forenses dictaminaron su muerte. Pensaron que podría encontrarse enferma. «Era una mujer de salud delicada. Estaba operada del corazón y llevaba una pila. De hecho hace poco estuvo muy enferma. Por un simple catarro se pasó más de quince días sin salir de casa, pero consiguió remontar», comentaba al periodista de La Voz en las escaleras una vecina entre sollozos.

Para salir de dudas llamaron a una sobrina que vivía en el barrio de las Flores y que hablaba casi a diario con ella por teléfono. Durante el fin de semana ella tampoco había conseguido contactar con ella. 

Ante el temor de que el teléfono pudiera estar averiado, llamó a casa de otra sobrina que vivía en el tercero. Sobre las dos de la tarde su hijo subió. Llamó a la puerta y no obtuvo respuesta. Entonces optó por utilizar la llave y entrar en la vivienda.

No llegó a pasar del umbral de la puerta, se encontró de bruces con el cadáver de la abuela tendido en el suelo y rodeado de un charco de sangre. Bajó a avisar a su madre y esta puso los hechos en conocimiento de la policía.

Pronto detuvieron al autor. Y reconoció lo que había hecho. Pero sin dar explicaciones. La Audiencia Provincial lo condenó a 18 años de prisión y meses después la defensa recurrió ante el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia. Estimaba que los hechos no eran constitutivos de un delito de asesinato y sí de homicidio, por lo que pidió una rebaja sustancial de la pena impuesta.

El entonces fiscal jefe del Tribunal Superior, Ramón García Malvar, se opuso. Recordó lo que el autor le había dicho días antes a sus amigos, esperó a su vecina en el rellano del piso y con la disculpa de que tenía que hacer un plano de la vivienda para un trabajo del colegio consiguió que la anciana le permitiera entrar en su piso. La víctima confiada, porque lo conocía desde pequeño, se vio sorprendida por el joven, que la agarró por detrás, le tapó la boca y la asesinó.

El asesino

Apenas tenía 18 años cuando cogió una navaja y subió al sexto piso del número 35 de la calle Antonio Ríos para matar a su vecina. No se llevó nada. Ni joyas, ni dinero. Días antes les había comentado a sus amigos que él podría llegar a asesinar tal y como lo hacían los protagonistas de la película «Abierto hasta el amanecer».

El veredicto

El autor del crimen fue condenado a 18 años de prisión como autor de un delito de asesinato. Su abogado intentó convencer a la sala del TSXG de que se trataba de un homicidio, por lo que solicitó una rebaja de pena. No se la concedieron.