Nuestro monumento sonoro

Antón de Santiago

A CORUÑA

04 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La Sinfónica de Galicia es monumento sonoro, nuestro, al que hay que cuidar como oro en paño. Las instituciones. Como hacen sus abonados, que la acompañaron fielmente en una inauguración de la temporada contundente y en lugar insólito: el Coliseo, nacido para rockódromo y plaza de toros. Adaptado, aseadamente, con amplio escenario y cuidada concha acústica. Los músicos, aun separados, se escuchan y los planos sonoros parecen más nítidos. El ámbito del público apenas tiene resonancia y el sonido no lo envuelve. Se notó en los aplausos y los bravos, nutridos pero apagados.

Dima Slobodeniouk propuso la Sinfonía n. 9 en re mayor de Gustav Mahler (1860-1911). El otro monumento. Un reto siempre y más en las actuales circunstancias. Pudo tener el orgánico necesario. Y la entrega de los profesores. Se ofreció en sentido recuerdo de John Aigi, primer trompeta, recientemente fallecido.

A esta novena la preceden la de los mil y la Canción de la Tierra. Cuando la afronta, está en profunda depresión por la muerte de su hija, su grave afección cardíaca y el abandono de Alma. Tiene 51 años. Siente el inminente «dejar de ser». En el primer movimiento, andante comodo -tiene cuatro, parece aferrarse a la formalidad- «pasa revista a su vida» (Lieberman) y lo hace con serenidad y dolor, con altibajos en la emotividad. El segundo busca consuelo en el sosegado ländler -vals popular- y el tercero, un peculiar scherzo al que llama rondó burlesco, quiere ser una espita para la ironía, humor esperpéntico ante la muerte, que aborda con aflicción y angustia en el epatante adagio (lento y contenido), de belleza estremecedora, del que Alban Berg dijo que es «un pensamiento del más allá». Atribulado universo. La angustia ante la inexorable muerte y ser inmortal. A Bruno Walter (la estrenó en 1912) le preguntaba si llevaría a las personas «más allá de sí mismas».

Director y orquesta dieron una versión entregada y rigurosa en sus variables emocionales: riqueza tímbrica, rítmica, melódica en la introspección y la exaltación. Calidad en los tutti y matices exquisitos de solistas y secciones hasta el sobrecogedor final en pianísimo: la vida se apaga, pero queda la obra. Hondo silencio y calurosa acogida para todos.