Orcas que, sin antecedentes que expliquen su comportamiento, golpean yates y veleros con sus corpachones de cinco toneladas y dejan las embarcaciones sin gobierno después de arrancarles el timón a dentelladas. No es un caso aislado, una casualidad. Los ataques se repiten con muchos barcos y siempre con esta secuencia tan precisa: zarandear el casco, morder el timón. No me digan que no es el argumento de una película de terror. Una película que, si se llega a rodar algún día, tendrá como escenario la costa coruñesa, el mar de la torre de Hércules.
Recalcaba una de las víctimas de estas acometidas que los científicos tienen un montón de explicaciones lógicas para tan extraños episodios: que si las orcas están jugando, que si ensayan estrategias para cazar atunes (carentes de timón)… Explicaciones que parece que tienden a relativizar los incidentes. Y por eso añadía este navegante que le gustaría ver a alguno de esos científicos en su barco durante uno de los ataques. Todos estos lobos de mar, al llegar a puerto, subrayaron el terror experimentado a bordo, a merced de los cetáceos.
La ciencia tiene teorías precisas y convincentes para lo que está pasando, pero yo no veo el momento de que hagan esa película, aun sin precisión. Tal vez algo en la línea de Los demonios de la noche, el caso real de una pareja de leones del río Tsavo que en 1898, durante la construcción de un puente para el ferrocarril de Uganda, se zamparon a 135 trabajadores con selectivos ataques nocturnos. Tardaron nueve meses en cazar a las fieras. Un historión. Y eso que William Goldman renegaba de su guion, creo que de manera injusta. Con las orcas habría que echarle mucha inventiva, pero ¡menudo argumento para un buen escritor!
