A solo un mes de la primavera

antonio sandoval rey

A CORUÑA

Antonio Sandoval

Muchas aves, como las agujas colipintas, comienzan a sentir la llamada del norte con el cambio de estación

24 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Los días se alargan a toda velocidad. Muchos abejorros ya se afanan desde poco después del amanecer en los parterres de flores de la ciudad. Cada vez son más las constelaciones de margaritas que estampan la hierba. Queda muy poco para que aparezca la primera golondrina, si no lo ha hecho ya. Y eso que aún falta un mes para que llegue la primavera. 

Colipintas en O Burgo

De tan luminoso y despejado, este mediodía aún invernal parece haberse disfrazado, aprovechando el entroido, de la próxima estación. Le delata, como a un choqueiro reconocible a pesar de su máscara, la altura del sol en estas horas centrales. En la segunda mitad de marzo estará mucho más elevado.

Pienso en todo esto mientras contemplo el apetito del que disfrutan hoy dos de las agujas colipintas que han pasado estos meses de frío en la ría de O Burgo. Sus largos picos van sondeando los fondos de las aguas más someras, casi a la manera de los zahorís, entrando y saliendo del fango con concentrada paciencia. Cada poco tiempo, una de ellas obtiene su recompensa en forma de largo y nutritivo gusano. Si está sucio, lo revuelve en las aguas brillantes y se lo traga con evidente satisfacción.

Con seguridad ya han comenzado a advertir, a saber desde qué rincón de su consciencia, la llamada del norte. Allí es a donde acudirán cuando, pasadas unas cuantas semanas más, su reloj interno les indique que ha llegado el momento de partir.

Las agujas colipintas que invernan en estas latitudes provienen de lugares muy distantes: Noruega, Finlandia y, ya en Rusia, las costas del mar Blanco o la península de Kanin. Para ellas, ir hasta allí a pasar la primavera y verano, y regresar en otoño, no suele ser un problema. Saben calcular muy bien cuál es el mejor día para partir, cómo aprovechar los vientos más favorables y cómo negociar con los adversos. Allá arriba les esperan tundras inmensas, repletas de alimento para sus pollitos. 

Vuelos transoceánicos

Las agujas colipintas que crían en Alaska realizan cada año una de las proezas aéreas más asombrosas del mundo animal. Tras partir de sus áreas de cría en aquel estado norteamericano, vuelan sin parar sobre el océano Pacífico a lo largo de cerca de 11.570 kilómetros. El viaje les lleva alrededor de siete días con sus noches. Como la longevidad de estas aves ronda los 30 años, se ha calculado que algunas de ellas pueden haber cubierto así, a lo largo de esas tres décadas, más de 900.000 kilómetros. Es el equivalente a ir y venir de la luna dos veces y media.

Estas que tengo ante mí no necesitan volar tanto. Además, pueden detenerse a descansar y repostar en diferentes lugares de su ruta. ¿Con qué rincones hermanarán así esta ría? Cuando allá, tan al norte, hayan cumplido con sus obligaciones familiares y llegue el otoño, sentirán otra llamada: la de este lugar.

Numerosas en abril y mayo

Algunos días de abril y mayo, si el viento del nordeste se pone incómodo, muchas colipintas en ruta hacia el norte se detienen en los humedales costeros gallegos a descansar. 

Un pico largo y casi recto

Su nombre proviene de su pico, que ronda los 10 centímetros de longitud. Aunque parece recto, está en realidad ligeramente curvado hacia arriba.