Un miope suelto por la calle Real

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

PACO RODRÍGUEZ

Cuando me dejan suelto por la calle Real me vuelvo un poco Rompetechos

18 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La miopía conlleva ciertas ventajas. Cuando Dios, en medio del lío de la Creación, se puso a repartir las cartas que les tocaban a los cortos de vista, a poco que te descuidases te podía salir, por ejemplo, ser Marilyn Monroe. Luego resulta que solo a una miope en concreto le entregaron el boleto de Marilyn. Pero, al menos en principio, existía una mínima y remota posibilidad de encarnarse en la piel de Norma Jean Baker.

Después llega la vida, y en vez de Marilyn te toca ser Rompetechos, que era un señor con poca vista pero mucho desparpajo que montaba unos follones monumentales en todos los tebeos por los que pasaba. A mí las viñetas de Ibáñez que más gracia me hacen son esas en las que Rompetechos entra en cualquier sitio pensando que es un cine y al primero que tiene delante -un ciclista o un cura, tanto da- lo toma por el acomodador. Lo mejor de Rompetechos es que cuando confunde la capilla con la taquilla y organiza una del quince, el más cabreado de la viñeta es él, que no entiende por qué tiene a cinco policías enganchados al pescuezo si lo único que quería era ver una peli en paz.

Será porque aprendí a leer en las historietas de Ibáñez, pero cuando me dejan suelto por la calle Real me vuelvo un poco Rompetechos y confundo la farmacia con el Tiger y la joyería con el Bonilla. A veces, lo confieso, me quito las gafas para no ver. Más que nada, para poder avanzar unos metros sin detenerme, ganando poco a poco yardas, como en el rugbi o el fútbol americano. Porque si uno tiene algo de vida social, no digo ya mucha, quiero decir si uno tiene, pongamos por caso, más vida social que la difunta y giratoria madre de Norman Bates en Psicosis -¡spoiler!-, pues entonces resulta imposible pisar más de tres o cuatro baldosas entre el Teatro Rosalía y el Obelisco sin que te saluden dos primos segundos, cinco amigos, una docena de conocidos y medio enemigo (como no dan la talla, los cuento por porciones).

Pero en ocasiones los miopes no nos coscamos y los ofendidos de guardia se creen que les hemos torcido la cara para no saludarlos, cuando lo único que tenemos torcida es la córnea, no la mirada. En la calle Real he perdido casi más amistades que chupas y parejas en Punto 3, que estaba siempre tan oscuro, que entrabas una noche con una cazadora y una novia y salías al día siguiente con otra chupa y otra chica completamente diferentes.

Por eso, para evitar despistes, de vez en cuando voy por la calle Real diciendo hola al azar, como si fuese el acomodador de Rompetechos recibiendo a los espectadores que van por el pasillo buscando su butaca. Es una manera algo exagerada, pero eficaz, de conservar las amistades. La única pega es que los guiris de los barcos te miran raro.