Héctor Francesch y su mirada de A Coruña

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

Público en la presentación de la Suite coruñesa en el MAC
Público en la presentación de la Suite coruñesa en el MAC ANGEL MANSO

15 jun 2018 . Actualizado a las 18:01 h.

Sin pretender ser un chovinista ni liderar una competición de CTV (coruñés de toda la vida) creo que resulta difícil vivir en esta ciudad y no estar, como mínimo, un poco enamorado de ella. A Coruña mola. Y mucho. El molar, además, crece con el tiempo. No se desgasta. Cuando experimentas esa sensación y ocurre algo nuevo y bueno aquí te enganchas un poco más. De repente, restauran la casa de los cisnes de la Plaza de Lugo. La ves y lo puedes sentir dentro de ti: «Ummm...». Xoel López compone San Juan pensando en Riazor. La escuchas e igualmente: «Ummm...». El Ayuntamiento decide hacer una zona verde en Vioño con hermosos robles canadienses. Acudes y ahí está el sonido del bienestar: «Ummm...»

La colección Suite coruñesa de Héctor Francesch también genera uno de esos «ummmm....», pequeños estímulos de placer que tienen mucho que ver con ese tipo de relación con A Coruña. Se trata de una talentosa mirada hecha desde la ilustración que genera un cierto desconcierto al convertir los iconos de la ciudad en pictogramas. Ves, por ejemplo, a la torre de Hércules ¡como una señal de tráfico! O el San Juan coruñés reinterpretado como ¡un cartel de peligro incendio! Toda esa desorientación inicial produce un flujo de emoción que justifica por sí mismo el acto creativo. Mola, sí. Y mucho. O eso creo yo desde mi desconocimiento artístico.

No hace falta ser entendido. Héctor maneja un lenguaje pop fácilmente comprensible. No es la primera vez. Ya nos había generando esos mismos clics cuando se embarcó en proyectos tan quijotescos como llenar de colores las ventanas de las torres más altas de la ronda de Outeiro. También cuando elaboró una instalación solo con pajitas en Palexco. O cuando nos colocó en un cuadro a Bruce Lee en la puerta de un Gadis. Esa capacidad de sorprender y que se entienda todo a la primera permanece intacta. Ahora tenemos a María Pita convertida en un omino (el muñeco de los pictogramas) o el Obelisco transformado en un cohete. Siempre con esa complicidad sentimental que arranca una sonrisa.

En el fondo, cuando se propone una colección nos está invitando a escoger favoritos. A mí elevar a la categoría de icono coruñés la copa de cerveza de Estrella Galicia (no lo dice, pero todos sabemos que es ella) me parece una genialidad. También la imagen genérica de la suite: una reconstrucción de la calavera del escudo coruñés, donde los huesos cruzados de Gerión se sustituyen por dos sardinas.

De este modo, Francesch cumple 20 años como artista. Y, visto lo visto, solo cabe desear que como mínimo esté otros tantos para que, una vez más, lo sintamos. Nos referimos a ese «ummm....» que conocemos tan bien. El que en esta ocasión nos ha generado su deliciosa Suite coruñesa.