José Antonio Freire: «A mí me empezó con un punto rojo en un pie»

D. s. A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

ÁNGEL MANSO

Los corticoides le devolvieron a la normalidad en seis meses

04 jun 2018 . Actualizado a las 11:11 h.

«Me empezó a doler la planta del pie derecho, tenía picor y un puntito rojo», explica José Antonio Freire, vecino de Betanzos de 41 años. Cuando aumentó el dolor, fue al médico de cabecera. Pensó que era una infección y tampoco se asustó demasiado cuando empezó a hincharle el tobillo. «¡Pero es que después se me hinchó el otro!», exclama. Así que se plantó en Urgencias del Chuac. Llevaba entonces dos meses sufriendo, recuerda ahora, cinco años después del descubrimiento de un nombre que hasta entonces no había oído.

La enfermedad le había ido ganando terreno en las articulaciones, complicándole cosas tan básicas como calzarse. «Estuve una semana casi sin poder caminar, no era capaz de moverme solo al baño», explica este hombre que trabaja entre flores en un vivero de Irixoa y que necesita estar «de diez a doce horas de pie».

En aquellos momentos, «lo pasas mal, y eso que soy bastante tranquilo, pero no sabía qué era la sarcoidosis y tenía miedo de que fuera una enfermedad degenerativa», explica. Aquel mal desconocido hasta entonces lo llevó a ingresar y, como a tantos otros, los corticoides le devolvieron a la normalidad en seis meses. Y desde entonces, nunca más. «Tuve suerte, me estaba empezando a afectar a un pulmón; lo importante -insiste- es que te la detecten rápido. En mi caso fue así». Ahora, confiesa vivir con cierta incertidumbre: «Cruzo los dedos para que no vuelva». A Fernando Varela Velo, que hoy coordina la asociación de enfermos, no se le fue. Descubrió que la sufría de forma casual hace 17 años. «Me caí en la playa jugando al fútbol y me hice daño en un brazo. En la placa vieron que en el hombro no tenía nada, pero había algo en el pulmón». Dejó de fumar. Estuvo cuatro años sin síntomas hasta que llegó el momento en que «el atranco ya era considerable» y comenzaron a medicarlo. Siguió trabajando hasta el 2014. «Lo peor es la fatiga, me cuesta subir escaleras, pero hay gente que no pueden levantar un dedo, viven las 24 horas con oxígeno, casi no pueden andar o pierden vista», se consuela mientras reclama, sobre todo, investigación.