Antes de que el invierno nos escombre...

Diego Utrera TRIBUNA ABIERTA

A CORUÑA

10 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Me he permitido hacer uso de este verso del poema Otoño de Mario Benedetti para resaltar la permanente dualidad de sensaciones que experimentamos con la llegada de esta estación, cargada -más que ninguna otra- de sentimientos propios y balances existenciales: melancolía, languidez… «Hoy una mano de congoja llena de otoño el horizonte y hasta de mi alma caen hojas», escribe magistralmente Pablo Neruda. El ocaso meteorológico que acaba de comenzar nos trae a la memoria imágenes como la machadiana lluvia tras los cristales o esos silenciosos paseos sobre lechos de hojas secas que crujen, por no citar igualmente el protagonismo de esos centenarios castaños. La dualidad de sensaciones es total.

Rilke, sin embargo, se atreve a irrumpir en esta nebulosa lírica cargada de ambigüedad que es el otoño, advirtiendo que, a partir de esta estación «quien ya no tiene casa ya no la construirá, quien ahora está solo, lo estará mucho tiempo, y que, pese a esos delirios tan nuestros, a lo máximo que llegaremos es a deambular de un lado a otro mientras las hojas caen». Y en mi cabeza retumban las palabras clave del citado poema: sin casa, solo y errante…, y un agravante, llega el frío y, con él, el sufrimiento. Hablo, evidentemente, de los sintecho.

Escribo estas líneas a colación del reportaje publicado durante dos días seguidos por La Voz de Galicia sobre Mercedes. De la foto de ese conjunto de enseres esparcidos que resumen su existencia destaca ese paraguas que parece servir para proteger la intimidad de su espacio (¡qué impudicia hablar de intimidad en esta situación!), pero también para protegerse de los últimos días de sol o tal vez de la lluvia que tanto dura por estos lares. Mercedes está en la calle sin que haya una sola razón que lo explique, sin que haya ni un solo motivo que lo justifique, porque lo inhumano ni se explica ni se justifica. Mercedes merece una casa, punto.

Micasita es, hoy por hoy, el proyecto de acogida permanente que mejor y en mejores condiciones podría resolver esta situación tanto por su solvencia técnica como por su capacidad para restaurar la dignidad de las personas como Mercedes, a quien, de hecho, le sobra dignidad personal pero vive una situación indignante por inmerecida. Nadie, absolutamente nadie, merece este sufrimiento.

El contacto con la concejalía de Xustiza Social es fluido y, tal como se convino poco antes del verano, estamos a la espera de volver a reunirnos para encontrar una solución pactada, negociada, que permita que Micasita sea una feliz y justa realidad que haga que este sea el último invierno que nos escombre en una ciudad reconocida por sus recursos sociales y su solidaridad.

«A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste -dice Patrick Modiano-. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir». Hago votos por el porvenir de Micasita para que sus futuros moradores vivan todos los días de su vida, todas las estaciones, y, en particular, el otoño como una estación que es algo más que el preludio del cruel invierno para los que aún hoy viven y duermen en la calle. Y sufren, claro.