Una fuente, aseos, columpios, césped... son los flecos de una reforma que recuperó la plaza
15 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Esperanza Quintián y Narciso Domínguez llevan 40 años viviendo en el Campo da Leña, han visto pasar cuatro o cinco reformas e «ao final o que nunca fixeron foron columpios en condicións». La queja de Esperanza no es extraña. Algo pasa con los niños. A El 10, el restaurante que tiene este matrimonio en la parte baja de la plaza, acuden cada día críos en pantalones cortos para pedir un vaso de agua, ir al aseo y seguir dándole patadas al balón delante de la terraza del negocio. «Á praza fáltalle unha fonte con auga e fáltanlle baños», deduce Esperanza, que consiente a los chavales y los organiza para ir por turnos a los lavabos. Allí mismo, en la fabulosa explanada de granito que nació de la peatonalización del 2011, Yobana Ramos, de O mundo do té, también se lamenta por los pequeños. «La plaza es más bonita, más limpia, más abierta y hay más familias, pero los niños no tienen tierra ni campo donde jugar».
En la tienda de tés alguien se refiere a «los químicos y los enólogos»: los vagabundos, exconvictos y mendigos que hasta hace cinco años vivían en la plaza al cobijo de los arbustos -y de un contorno mucho más cerrado que el actual- y ellos solos fueron capaces de mantener a distancia al resto del vecindario. El Campo da Leña, hasta marzo del 2011, no se utilizaba. O se infrautilizaba. Antes que cruzarlo, los peatones daban la vuelta al murete perimetral, y antes que llevar a los niños allí, los padres inventaban jardines en casa. Por eso cuando remató una reforma que hoy todos celebran, pocos estaban en condiciones de calibrar la ganancia. Hoy resaltan que ganaron con la apertura del espacio a través de la escalera sur, la conexión con la plaza de las Atochas, la zona hostelera, las terrazas, los actos, los mercadillos, los conciertos y los bancos, «aquí hay bancos y bancos y más bancos», que igual sirven para sentarse que para hacer piruetas con el skate.
Del lado del tráfico
Desde la farmacia, María Pérez echa de menos media docena de maceteros con flores para darle ritmo al granito. Desde su lado la plaza se ve diferente. Allí hay tráfico constante y las aceras ancheadas impiden hacerse un hueco para aparcar y echar una carrera hasta la farmacia, el quiosco de prensa o el puesto de loterías. Pocos conocen un aseo municipal pintarrajeado entre estos dos locales. Solo funciona en horario de comercio. De la vieja parada de taxis solo queda la cabina inservible, y de los bajos de la calle san Roque donde Tonecho tenía su estudio de fotografía apenas hay movimiento en el asador de pollos, el podólogo y las palilleiras. La prueba del 9 la tiene Celsa Boquete, directora de La Grande Obra de Atocha, el colegio con 1.200 alumnos que ocupa el lado sufrido de la plaza, antes con tráfico en un sentido, ahora en los dos. Un policía regula cada día los vehículos a la salida del colegio. «Las aceras tan anchas se agradecen, y la gente en los bares también. Yo solo le pondría, de noche, más luz».