«¡Sí, muy bien, estupendo, campeón!»

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

11 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Una profesora de párvulos reconoce a un antiguo alumno por una foto en el periódico, 43 años después de haberle dado clase, y le escribe para preguntarle qué tal le ha ido en la vida. Sucedió la semana pasada. Recibí una carta de esas que ya no existen, con cuatro folios manuscritos firmados por Teresa Arán, que para mí y para muchísimos estudiantes de la vieja Academia Galicia será siempre la señorita Teté, maestra de parvulitos -porque en aquella época íbamos a parvulitos, no a infantil-. Me cuenta que me ha identificado por un artículo en La Voz y que se acuerda como si fuera ayer de cuando, hace más de cuatro decenios, llegaba yo al cole de la mano de mi hermano, un año menor. Evoca también a mis padres e incluso a mi abuela, y yo, que no doy crédito a lo que voy leyendo, me pregunto qué vocación extraordinaria hace falta para reconocer a un crío de 5 años después de que los implacables lustros le hayan ido retorciendo las facciones.

También yo me acuerdo de ella, seguro que como todos los que pasamos por su clase. Me vienen a la memoria sus canciones, aquellas preciosas cartillas con las vocales y, sobre todo, las acotaciones que escribía a pie de página en nuestros torpes e iniciáticos ejercicios de libreta: «¡Sí, muy bien, estupendo, campeón!», animaba con la misma letra que ahora me regala en su carta.

Guardo aquellas palabras de aliento como un caramelo en el mandilón del alma. Su entusiasmo con los alumnos describe la vocación profunda del profesor, que seguramente es la más difícil y poderosa de todas las vocaciones. En ese deseo de transmitir su pasión está el gran secreto, la explicación de que muchos estudiantes de mi generación -y de las que vinieron después- hayamos acabado más o menos indemnes nuestros estudios a pesar de los insoportables cambios de modelo de enseñanza con que los políticos se han empeñado en obstaculizar nuestra formación durante décadas. Pero no hay Logse, ni Lomce ni ningún otro engendro de las mentes grises que pueda resquebrajar la coraza de maestras como Teté. Y resulta que después de tanta matraca con los planes de estudio; que si blanco, que si negro; que si reválida, que si selectividad, lo que importa al final es encontrar profesores vocacionales, formarlos bien y dejarlos trabajar en paz.

Funciona. No es una casualidad que a mis hijos, que están ahora en primaria, los siga felicitando yo también con aquel recitativo de ánimos, tan lejano ya en el tiempo. Y ahora que recibo esta lección de mi profesora de párvulos 43 años después de abandonar aquellos diminutos pupitres de la Academia Galicia, me toca también escribirlo. Así que, Teté: «¡Sí, muy bien, estupendo, campeona!».