Un mayúsculo estropicio

miguel anxo fernández

A CORUÑA

Altamira es una película de trama plana, previsible, abnegada por el didactismo, perfecta para promocionar la belleza geográfica del país

25 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Habría tenido un encaje de haberse estrenado en los años 60, cuando el cine se debatía entre el producto industrial convencional y las renovadas miradas de autor. Altamira se ajustaría al primer grupo, por su trama plana, previsible, abnegada por el didactismo (y la voluntad de restituir la memoria pública de Sautuola), rodada en aseados exteriores cántabros, perfecta para promocionar la belleza geográfica del país, que la tiene. O bien como una producción histórica para Televisión Española, por aquello de emitirla sin cortes y destinada al mismo target que devora sus pulcras series de época. Pero asomarla a la pantalla grande en pleno XXI se antoja un despropósito, aun considerando el tirón de Banderas en otros mercados y no les importe estar ante un biopic demodé y vetusto, por mucho que el director sea el británico Hugh Hudson (Óscar por Carros de fuego en 1981) y la trama afronte la descorazonadora peripecia de Marcelino Sanz de Sautuola, antepasado de la familia Botín, implicada en el filme.

En 1879, durante una de sus visitas a una cueva descubierta por un cazador años antes, en las afueras de Santillana, su hija pequeña reparó en las pinturas del techo por las que ahora recibe el sobrenombre de Capilla Sixtina de la Prehistoria. Estudioso de la paleontología, Sautuola sufrió el rechazo de la comunidad científica y no sería hasta años después de muerto cuando dieron al hallazgo la relevancia merecida. Y ahí se acaba la trama, desde hace décadas al alcance de cualquier enciclopedia y ahora en la Red. Con todos los respetos para los guionistas Olivia Hetreed y José Luis López-Linares, lo que es sudar, ha sido poco. Pero la responsabilidad de dirigir a la niña y de caricaturizar a los retrógrados cerrados al descubrimiento junto al monseñor que encarna Rupert Everett, no es otra que de Hudson. Haber elegido a la actriz de origen iraní Golshifteh Farahani para esposa de Sautuola solo se entiende por estrategias de mercado. En fin, que Altamira se antoja un despropósito por su anemia creativa y su falta de emoción. Un documental habría sido más útil.