Los últimos mohicanos del deuvedé

Javier Becerra
Javier Becerra A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Iván Meira, en las estanterías del videoclub Cine-Manía.
Iván Meira, en las estanterías del videoclub Cine-Manía.

El cierre del Josman deja cada vez más solos a los videoclubes coruñeses

20 ago 2014 . Actualizado a las 18:37 h.

Al no existir una asociación del sector, se desconoce cuántos siguen. Pero, en todo caso, los videoclubes no superan hoy la decena en la ciudad. Son los supervivientes de un modelo de negocio que floreció en la segunda mitad de los ochenta y resistió con buena salud hasta mediados de la década pasada. Nombres como Queijo, Siglo XXI o Videoclub Coruña están grabados en la memoria colectiva. Forman parte del pasado. El mismo en el que entrará el Josman en breve.

Frente a ello, un puñado de empresarios van a seguir capeando el temporal surtiendo de películas a su clientela. Son los últimos mohicanos del deuvedé que, más que a la situación económica, miran preocupados a Internet. «Tenemos dos crisis: la de todos y luego la de la piratería, que nos ha destrozado», sintetiza Jose Da Lama, dueño del videoclub System, que funciona en el Castrillón desde 1989. Recoge el mismo diagnóstico que sus compañeros de gremio: todo se retorció entre el 2006 y el 2008, cuando la generalización de la banda ancha de Internet permitió bajarse filmes incluso antes de su estreno. Desde casa y de manera ilegal, por supuesto.

Ante esa situación se presentan diferentes actitudes. Uno de los históricos, Ángel García del Videoclub Atlántico en los Mallos, opta por el optimismo. «Ahora estamos haciendo obras en el local, con lo que es claro que apostamos por el futuro», señala. Su negocio, que inicialmente se llamaba Videoclub Coruña, se fundó en 1985 («un mes después del Josman», apunta). Vio de todo. Pero nada como la caída de los años 2006, 2007 y 2008.

«Si existiera voluntad política todo se podía resolver. Es posible bloquear las páginas ilegales, pero no hay interés», lamenta. De todos modos, considera que empieza a detectarse un cambio en el consumidor: «Al final, una película cuesta 1,50 euros, 1,20 con bono. Por ese precio a mucha gente no le compensa bajarse nada y arriesgarse a no verla con suficiente calidad. Nosotros seguimos teniendo clientela fiel y, mientras exista, el videoclub como tal tendrá sentido».

Ese cambio de actitud en el público también lo certifica Iván Meira, del Cine-Manía, en la Gramela. «Desde hace dos años se ha frenado la caída y se nota cierto repunte», afirma. Lo asocia al acceso a los televisores de plasma y el auge de la Smart TV: «La gente compra un televisor de 42 pulgadas y se cansa de ver las películas a baja calidad. Prefiere coger una película en Blu-Ray o deuvedé y verlas bien».

Modelo arrasado

Pese a todo, en el caso de Meira se encuentra la postura más pesimista. Abrió las puertas en el 2004, a las puertas del crac. No era lo que se esperaba: «Cuando empecé bajar una película llevaba una semana. Luego, al mejorar las velocidades, pensamos que se iba a hacer algo. Pero no fue así». El contraste entre el pasado y el presente de su negocio resulta demoledor: «Antes traía 15 copias de un estreno. Ahora tres -resume-. A mí el videoclub me está permitiendo vivir, pero ¿abriría hoy un videoclub? La respuesta es claramente que no».

Además de estos empresarios, sobreviven otros locales como el Flashback (en la zona de Santa Lucía) o el Liberty (en General Sanjurjo). Este último acaba de cerrar hace unos meses su otro local en Federico Tapia, dejando el barrio del Ensanche sin videoclub. Son los efectos de un modelo arrasado por el progreso.

«Primero pasó con la música, luego con el cine y ahora les va a pasar lo mismo a los libros», señala Ángel García. «Los jóvenes han cambiado la televisión por la pantalla del ordenador o el iPad. Ahí, ya no hay nada que hacer», añade Da Lama. Aún así, resistirán, echándole un pulso a la situación.