El promotor musical se acerca a Sergio Dalma y le entrega una gran caja llena de conchas. «Las ha recogido una señora en playas de toda Galicia, para ti». El cantante acepta varios regalos más, sin perder la sonrisa, y firma unos cuantos autógrafos. Mientras, su equipo le mete prisa. Tiene que ejercitar la voz. Todavía en vaqueros y sudadera, se pone los auriculares y empieza a hacer los ejercicios recomendados por el foniatra. Una voz así hay que cuidarla antes de cada concierto. Se pasea frente a los camerinos, bromeando con todos. «Es una persona sencilla exactamente cómo lo ves», dicen sus compañeros.
El equipo ha decidido que el espectáculo se va a retrasar veinte minutos, hasta que se haga de noche. Hay vidas empieza con el cantante en penumbra y los detalles hay que cuidarlos. Con ese tiempo extra por delante, Sergio Dalma decide relajarse un rato dentro del camerino. Allí hay ron, tortilla de patatas, embutidos, refrescos y rioja. «Siempre pide vino del lugar, pero le han traído este», apunta su ayudante. Se decanta por un ron con cola y se acomoda en un sillón. «Llevamos de gira desde noviembre» dice Dalma. Eso cansa a cualquiera, pero se le ve con energía para salir a cantar en María Pita. «Al ser un concierto gratuito la gente se implica menos, porque vienen muchos que no son fans», dice. Se le recuerda que la plaza está llena para verlo a él. «El público gallego es muy agradecido. Pero también exigente, aquí hay mucha cultura musical», comenta. Apura la copa y se levanta. Quedan pocos minutos para salir y tiene que cambiarse.
Ni cosmética ni excesos en el vestuario. Se calza unas zapatillas y se pone su sempiterna chaqueta americana. La peluquera es Alicia Araque, que hace los coros y la percusión. Le pasa la mano brevemente por el pelo, lo que llaman «el toque mágico». Y eso es todo. El equipo se junta y Dalma regala un abrazo enérgico a cada uno de ellos. Corre seguido de un pequeño séquito al escenario, las luces por fin se encienden y surgen los gritos. Así empezaba el sábado su concierto.