Por qué no se puede aparcar en segundo plano a Marruecos

leoncio González REDACCIÓN / LA VOZ

A CORUÑA

España está obligada a tener presente las victorias islamistas en el Magreb

04 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La victoria islamista en Túnez, Marruecos y Egipto pulveriza años de inercia en las relaciones con los vecinos que tiene España en el sur y, dada su cercanía a la zona, la deja expuesta, en una posición de avanzada, ante la onda sísmica de la primavera árabe. ¿Hay motivos para inquietarse? ¿Estamos ante focos de inestabilidad?

Primero, las noticias buenas. Los partidos que obtuvieron la confianza de tunecinos y marroquíes no son copias salidas de la fábrica de estereotipos que convirtió al islam en su conjunto en sinónimo de fundamentalismo radical mientras duró la guerra contra el terror. Cabe suponer que ellos también han aprendido del único precedente de triunfo islamista en las urnas que se produjo en la región, Argelia, lo mismo que los demás: que, si no buscan lugares de compromiso entre su confesión religiosa y el pluralismo de la sociedad, vienen detrás el fracaso y la tragedia.

En consecuencia, aunque todavía tienen que demostrar con hechos la moderación de que alardean, puede aceptarse como premisa que dan por buena la democracia y que en sus planes no entra implantar sistemas totalitarios como las teocracias iraní o saudí.

Ahora mismo tampoco tienen más opción. Los comicios no les dieron mandatos unánimes, lo que pone coto a su maximalismo y los obliga a ciertas renuncias para pactar. Pese al varapalo electoral, laicos y liberales todavía no arrojaron la toalla y conservan la capacidad de influir. En el caso de Marruecos, además, el poder del islamismo está constreñido por la monarquía. La fe del rey en la democracia sigue siendo limitada, por lo que ha dejado fuera de las atribuciones del primer ministro los llamados ministerios de soberanía, áreas como la seguridad y las relaciones exteriores, que seguirán bajo su control directo.

Con todo, sería erróneo suponer que la conversión democrática del Magreb suprimirá por arte de ensalmo los recelos enquistados. Con matices locales, los países de la región tienen como tarea prioritaria construir nuevos Estados sobre las ruinas de las dictaduras caídas o, como sucede en Marruecos, reformarlo para que la ola de indignación popular no lo derribe. Eso dará lugar a una renovación de las élites y a un cambio de rumbo en la orientación de sus políticas que, antes o después, llevará aparejada una mayor afirmación de los intereses nacionales y un aumento de las exigencias a los vecinos del Norte.

Sensatamente, no cabe esperar de lo que los analistas denominan «segunda descolonización» que propicie en el norte de África un movimiento de convergencia similar al que se produjo en los países del Este tras derrumbarse el comunismo, empujándolos a buscar su futuro en la UE. Antes bien, parece seguro que espoleará el celo por la independencia. Dos fuerzas empujan en esta dirección: una es que aún está reciente el respaldo que la Unión brindó a los autócratas destronados, por lo que su imagen no se rehízo entre quienes los combatieron; otra es que la crisis de la eurozona ha dejado sin atractivo la política exterior comunitaria.

Los antecedentes no resultan más halagüeños en el caso particular de la relación de Marruecos con España. El régimen marroquí alentó de forma periódica erupciones de fervor patriótico antiespañol como válvula de escape para distraer la atención de los problemas internos. El próximo huésped de la Moncloa, por su parte, fue un miembro destacado de la Administración que llevó a su punto más tirante las relaciones con Rabat. Podría bastar un simple chispazo, como por ejemplo un desacuerdo en relación con el Sáhara o un gesto sobre Ceuta y Melilla, para desencadenar una tormenta como aquella.

Es un escenario que la llegada de los islamistas al Gobierno obliga a tener bien presente ya que, aunque sus prioridades son la lucha contra la desigualdad y la corrupción internas, no dudarán en explotar la baza nacionalista si las cosas no les van bien en el plano doméstico o si la competencia partidista se lo exige. De ahí que sea conveniente prestar más atención a Marruecos que la que en rigor se deduce de la magnitud de nuestros problemas.

los efectos de la primavera árabe

La democracia llevará a los países árabes a reafirmar sus intereses nacionales