Tú que finalmente conseguiste capturar a la blanca ballena y vararla en la pequeña calle de una villa marinera, justo enfrente de otro local en el que rompían las olas, con el mar a proa... quizás para no olvidar su hogar o quizás para recordarnos a todos su origen aventurero.
Voy a hablar de la vivencia de aquel chaval que, en 1970, y con apenas quince años, conoció el interior de la ballena blanca y en el que experimentó una buena parte de su juventud, allí comenzamos a descubrir lo que nos estaba vetado en la mayor parte de los locales de la época, conocimos la buena música, compartimos inquietudes, transgredimos, conspiramos, sufrimos los excesos de los guardianes de la última dictadura y brindamos juntos con cava cuando se liquidó esa etapa. Allí estabais tú y Nene para darnos siempre un momento de buen rollo y conversación. Acudíamos a este lugar en el que no hacía falta quedar con nadie pues todos estábamos allí y en él que nada más entrar nos saludaba Steve McQueen en su moto en La gran evasión y donde bajo la mirada atenta de Marilyn Monroe jugábamos interminables partidas al mentiroso, era como si tuvieseis la facultad de amalgamar, de juntar, independientemente de que fuésemos pijos o progres, rojos o negros. Pasaron los años y a cada uno le fue llevando la vida, pero siempre hubo un momento para el regreso, para celebrar las bodas propias y de los amigos y los nacimientos de los primeros hijos y así empezaron a mezclarse generaciones (y palanganas) quizás tres, tal vez cuatro, no lo sé, pero lo que sí sé es que en el Moby y con vosotros hemos convivido padres e hijos y en algunos casos nietos.
Por todo ello, gracias; por ser amigo de todos los que pasamos por allí y por dejarnos compartir tu vida, supongo que ahora ya te estará esperando Nene para guiarte en este último viaje en el que deseo que los vientos te lleven de popa. Adiós, amigo. Lolo Seijas.