Chabolismo en primera línea de playa

A CORUÑA

Once personas viven en chamizos levantados bajo el voladizo del paseo marítimo a la altura de As Lagoas

27 abr 2010 . Actualizado a las 12:34 h.

Bajo el paseo Francisco Vázquez, a lo largo del voladizo que hay entre la finca de los Mariño y la playa de las Amorosas, vive una mujer que es pintora pero no lo sabe, dos ghaneses que se quejan de la gran cantidad de inmigrantes que hay en España «y así no hay quien trabaje», un senegalés que ni picotea el español, cuatro jóvenes marroquíes a la espera de unos papeles que nunca llegan y otros tantos compatriotas que ya ni los esperan. Algunos llevan ahí año y medio, en chabolas construidas con maderos que les regaló el mar. En el lugar más privilegiado de la ciudad. Sin agua, sin luz, sin aseo y sin permiso.

Para verlos, hay que jugarse el cuello en la cuerda floja del acantilado. Un mal pie y son historia. Los que ahí residen desde hace meses poco más tienen en esta vida que levantarse de cama con una panorámica de postal. La mujer, española, que presume de no tener miedo a nada, disfruta de una vivienda a la que no le falta detalle. A la hora de construir su chabola, hace año y medio, llevó su imaginación hasta los límites de la genialidad. Ella sola puso vigas de madera, pilares de cartón, plástico, chapa y, alrededor, dispuso macetas con flores de colores, forró las piedras con edredones y colgó muchos cuadros. Porque esta mujer, que ronda los 45, pinta. Pero no quiere vender su obra, le quita importancia. «Solo dibujo para mí», cuenta.

Dice que le gusta vivir ahí, que buscó el sitio y le «encantó». Ahí cocina, lava su ropa, se tumba al sol y pinta. Duerme al lado de una foto del príncipe Guillermo de Inglaterra. No le pregunten porqué, porque ni ella lo sabe. «Supongo que es por tener a alguien con más suerte que yo a mi lado», dice.

Sin papeles

También duermen recostados sobre el paseo marítimo dos jóvenes marroquíes. Llegaron a España bajo la panza de un camión. Por eso, vivir en una chabola es para ellos jauja. Hace un mes un empresario les iba a dar un empleo, les ofreció un contrato, fueron a Emigración para solicitar los papeles y así poder trabajar, pero se los negaron. Hablan muy bien de la policía y de sus vecinos. «No nos metemos en problemas, nos llevamos todos muy bien. Cuando viene la policía nos dice que no hagamos cosas malas y nosotros obedecemos. Por eso nos dejan tranquilos», afirma uno de ellos que no quiere dar su nombre y que ayer pasó la tarde recogiendo basura porque un policía se lo pidió.

Dadas las reducidas proporciones de sus chabolas apenas coge una cinta métrica. Lo que peor llevan todos ahí es el frío y ahora el calor. En invierno, la humedad les taladra los huesos y en verano arden al sol como leña seca. Pero no hay cajero, portal o puente en la ciudad mejor que eso. «Aquí estamos tranquilos, nadie nos molesta y la vista es muy bonita», asegura un musculoso ghanés que por nada del mundo volvería a su tierra «con las manos vacías, sin llevar nada a la familia». Lo dice un hombre que lleva once años malviviendo en España, pero más cerca del mar que ningún millonario.