Y el que vive del amor rápido

Juan Fariña

A CORUÑA

14 mar 2010 . Actualizado a las 02:51 h.

A primera hora de la tarde en el bar Amsterdam están los de confianza. Aunque la dueña es, en un principio, remisa a opinar sobre el estado de la calle y, concretamente, su peatonalización, un par de preguntas al azar después, los tertulianos presentes encienden un improvisado debate en el que salen a relucir las intrahistorias de una calle Orzán históricamente marcada por la presencia de los clubes de alterne.

Las tres personas presentes son vecinos antiguos de un Orzán en el que, todos coinciden, la prostitución ha ido a menos con los años. «Nun principio foi o sida o que botou a moita xente para atrás. Fai moitos anos aínda vías como a primeiros de mes pasaban moitos homes que iban a estar coas chicas, pero hai tempo xa que foi a cousa a menos», explica la regente de la histórica cafetería. «Ahora no hay más de dieciséiseis ou diecisiete mujeres trabajando en los tres clubes de alterne que quedan», señala otro parroquiano. De esos tres clubes, dos funcionan con más o menos discreción, e incluso acostumbran a tener horarios diurnos y no están abiertos a altas horas de la madrugada. Un tercero es el que suele ocasionar la mayoría de las quejas de los vecinos, ya que son las mujeres que trabajan allí aquellas que salen a buscar los clientes a la calle y son vistas por los viandantes en actitudes provocadoras.

Los precios que manejan las prostitutas también indican la precariedad de su existencia, que no tiene nada que ver con los supuestos altos ingresos que tienen algunas de las mujeres que se dedican a la prostitución. Desde quince euros se puede concertar un servicio sexual que, probablemente, tendrá lugar en un coche, aunque hay otras prostitutas de la zona cuya tarifa supera los treinta euros y puede alcanzar los cincuenta.

La muerte de las yonquis

Pero volvamos al bar Amsterdam, cuya improvisada tertulia trata ahora el problema de aquellas prostitutas que se dedicaban a su labor empujadas por la necesidad de alimentar su adicción a la heroína. «Todas las yonquis han ido muriendo. Entre las chicas que trabajan ahora no hay demasiado problema de drogas. Se pueden fumar un porro o tomar un chupito, pero de ahí la mayoría no pasan», explica uno de los clientes del bar que lleva toda su vida residiendo en el Orzán.

La cara más siniestra del negocio aparece en las palabras de una señora que afima haber visto «como una chica que hacía la calle recibía una paliza de un hombre, que me imagino sería su chulo».

Sexo mañanero de domingo

En lo que están de acuerdo todos los parroquianos del bar es en el cambio de hábitos de los clientes del oficio más viejo del mundo. Si antes los interesados en el comercio carnal aparecían por la zona con la naturalidad de quien está dando un paseo por el barrio y acababan tomándose una consumición en un club de alterne, lo que abría la posibilidad de acabar probando los colchones del propio local o de otro lugar cercano; en los últimos años los buscadores de sexo rápido aparecen en coche, requieren a la señorita para que suba con ellos y desaparecen para consumar el servicio en otro sitio. Curiosamente, la máxima afluencia de clientes no se produce un viernes o un sábado por la noche, días en los que el nivel de ocio nocturno alcanza su máxima expresión, sino que las prostitutas suben a más coches los domingos por la mañana, con acompañantes que, en teoría, desean acabar una larga jornada de jolgorio entre los brazos de una mujer a cambio de dinero.

Casas abandonadas

Mujeres aparte, la tertulia del Amsterdam también se queja del abandono histórico de algunas de las casas que bordean la calle Orzán. El bum urbanístico consiguió adecentar unas cuantas edificaciones, pero el fin de la edad de oro del ladrillo puso fin a una renovación que podría haber cambiado totalmente la cara a la zona y solucionado algunos problemas de salubridad. Un comerciante que prefiere no ser identificado todavía se estremece con la rata de gran tamaño que entró en su almacén y no salió hasta cinco días después.

Cae la noche en la calle del Orzán y aquellas que antes lanzaban besos de forma furtiva a los viandantes que pasaban ante la puerta del club de alterne, salen ahora a la entrada y llaman sin ningún tipo de recato a cualquiera que pase a menos de treinta metros. Los callejones que comunican las calles Orzán y Mariñas han dejado de ser huecos vacíos, y en el eco de sus paredes se escuchan los tacones de mujeres que se han visto obligadas a traficar con su cuerpo. Y es que en el Orzán la prostitución no parece que proceda de una decisión voluntaria, sino de la necesidad.