La maternidad de Federico Tapia

A CORUÑA

Miles de coruñeses han venido a este mundo con la ayuda de estos dos ginecólogos que comparten, además de vocación, su pasión por la pesca

30 mar 2009 . Actualizado a las 12:09 h.

Aunque su modestia le impida reconocerlo, el doctor Francisco Otero Otero se ha convertido, tras 45 años de práctica ginecológica en A Coruña, en una institución en su especialidad: «Es una mera cuestión de años. Hay gente que termina apreciándote», explica restando méritos a sus méritos profesionales. Casi medio siglo de servicio en la ciudad que ha asegurado su continuidad con su hijo, Francisco Manuel Otero Boado, que forma parte de la clínica, situada en Federico Tapia, desde 1995.

Ahí se instaló el doctor Otero en 1964, tras estar once años dedicado a la docencia en la facultad de Medicina de la Universidad de Santiago. «Esto antes era una maternidad en toda regla. Aquí se paría y se operaba, e incluso tenía su servicio de noche, con seis camas. Pero a mediados de la década de los setenta se impuso el sistema hospitalario», cuenta Francisco Manuel. «Era algo habitual -apunta su padre-. En la zona había varias más. Pero es que por aquel entonces la ciudad no contaba con infraestructuras hospitalarias como las de ahora». Esto puede dar una idea de la experiencia que arrastra tras tantos años de carrera, «aunque ahora me lo tomo con mucha más calma», reconoce. Una experiencia que, sin embargo, no puede cuantificar: «Nunca conté los partos que atendí. Se hacía y ya está. Sin duda han sido muchos, pero no podría calcular cuantos». Sin embargo, las nuevas tecnologías han permitido que su hijo si lleve la cuenta: «Son casi 3.000 desde 1995. El último de ellos esta misma madrugada, a las 4 de la mañana». Y es que cuando un bebé quiere venir al mundo, no se le puede hacer esperar: «A veces te toca cuando tenías una cena con los amigos, otra te pierdes una fiesta familiar... Eso no lo puedes planificar», admite Francisco Manuel.

A pesar de estos habituales contratiempos, tanto el padre como el hijo se declaran apasionados por su profesión: «Soy un enamorado de lo que hago. Si volviese a vivir haría exactamente lo mismo profesionalmente. Si no, ¡de qué iba a estar yo aquí, a mis años!», exclama el veterano doctor. Según su hijo, es una profesión sacrificada, pero enormemente gratificante: «Es que es algo muy bonito. Si no fuese así no creo que me levantase tres días seguidos en mitad de la noche para atender partos».

Rivales de pesca

Aseguran que entre ellos no existe rivalidad profesional. Funcionan como un equipo, lo que demuestran en la mesa de operaciones, aunque la edad y la experiencia imprime un respeto que Francisco Manuel no duda en admitir. Eso sí, si se habla de pesca, ahí las tornas cambian: «En eso, el que aprende soy yo», reconoce el padre. Y es que su hijo es un fanático del anzuelo: «Es realmente mi primera profesión, lo de la medicina viene después», bromea. Esta pasión deriva de la sensación de paz y sosiego que produce este deporte: «Desconectas totalmente, nada de móviles ni de ajetreo», dice referido a los días vacacionales que no duda en dedicar a la pesca.

La vocación hipocrática parece haberse transmitido con la genética, ya que la otra hija del doctor Otero también es médico, aunque no ginecóloga: «Supongo que lo de hacer medicina sí fue algo vocacional, pero después, a la hora de escoger especialidad, casi fue por inercia, viendo lo que había en casa», recuerda Francisco Manuel. Una saga médica que comenzó con Francisco Otero y que puede encontrar continuación en los seis nietos que ya tiene, aunque para eso habrá que esperar todavía unos años.