El circo de «pressing catch»

La Voz

A CORUÑA

19 abr 2008 . Actualizado a las 13:01 h.

Manolo Escobar nunca hubiese imaginado que su canción ¡Qué viva España! iba a servir para comenzar un espectáculo de lucha libre (o pressing catch ), en el que los porrazos se sucedieron durante dos horas y media. Pero, así fue. En un Coliseo lleno hasta la bandera, con más de 10.500 espectadores (la mayoría niños acompañados de sus padres), el popular tema del cantante almeriense resonó en todas las gradas, entonado por la presentadora, que de esta forma quiso calentar al público antes del primer combate.

Tras este ensalzamiento nacional, llegó el turno del enfrentamiento entre William Regal y Cody Rhodes. El primero, muy grande, feo y calvo, representaba el papel del malo; mientras que su oponente, menos corpulento y más apuesto, era el preferido del público, que no paró de animarlo. Como en todo buen combate que se precie, el luchador malo mantuvo contra las cuerdas al bueno durante bastante minutos, mientras que los niños gritaban: «Aguanta Cody», «Venga, tú puedes».

Combate de mujeres

Pero, cuando Rhodes casi estaba comiendo el polvo de la colchoneta, logró revivir, y con tres saltos espectaculares sobre su oponente, lo tumbó y ganó el combate. Las tres palmadas en el suelo del árbitro hicieron levantar de sus asientos a un centenar de niños, que corrieron como posesos hasta el ring para aclamar al ganador. Dos mujeres fueron las protagonistas del segundo combate, que también siguió los mismos pasos: la luchadora mala no paró de golpear a la buena, y casi la noquea; pero esta última logró resucitar y ser la vencedora.

De dos en dos, y hasta de cuatro en cuatro, los combates se fueron sucediendo hasta un total de ocho, intercalados con las intervenciones de algún que otro luchador, como Carlito, que actuó como el incitador del público, al que no paró de insultar y maldecir, con la correspondiente respuesta del respetable.

Como auténticos especialistas de una película de acción, los golpes entre los luchadores parecían reales (y algunos lo eran), aunque, más de una vez, uno de ellos cayó al suelo sin que el otro le hubiese llegado a tocar; y, en lugar de pegar con el puño, se golpeaban con el antebrazo. Sin embargo, la espectacularidad de los saltos y piruetas, así como las originales llaves de lucha, compensaron el haber pagado hasta 80 euros por la entrada.