Además, la plaza quedó un tanto sosa, por lo que en 1992 se llevó a cabo una pequeña transformación estética: la colocación de dos jardineras gigantes rodeadas de bancadas de madera. La propuesta tampoco triunfó.
En 1997, el Ayuntamiento apostó por un cambio radical. Lo hizo un tanto obligado, pues el suelo de la plaza cedía, y de hecho había que apuntalarlo cuando se concentraban masas. El arquitecto municipal llegó a redactar un informe en el que alertaba sobre el riesgo de desplome. Se colocó un nuevo pavimento, se sustituyó el relleno por otro más ligero y se ubicó en la plaza una estatua de la heroína local.