Los directores de varios centros artísticos y culturales de la ciudad muestran sus piezas favoritas y las «joyas» más codiciadas de sus respectivas colecciones El valioso catálogo incluye dibujos, el Planetario, restos prehistóricos y una enciclopedia
27 mar 2004 . Actualizado a las 06:00 h.Son piezas que jamás llegarán a subastarse en Sotheby's, objetos de raíces coruñesas por los que se pagaría a la vez todo (por su incalculable valor), y nada (porque la ley no permite sacarlos al mercado). Los directores de los museos de la ciudad ponen rostro a sus piezas más valiosas y a las más apreciadas, repartidas por toda A Coruña desde las mazmorras de San Antón hasta las salas del Belas Artes ideadas por Gallego Jorreto. Nadie duda que las dos tablillas de Rubens, con su rocambolesca historia a cuestas, son quizá las piezas más valiosas de la colección que atesora el Museo de Belas Artes. Primero, porque son obra del mismo pintor flamenco del siglo XVII que creó Las tres gracias, y, segunda razón, porque fueron robadas del museo allá por la década de los ochenta, aunque recuperadas en los noventa. El laberinto de Creta fue descubierto en Estocolmo porque los ladrones cometieron el error de consultar a un especialista en la obra de Rubens que vivía en la capital sueca; La Aurora apareció pocos años después en una redada de la policía en Miami. Pero la pieza mimada de Ángeles Penas, la directora de Belas Artes, es otra, aunque comparte origen holandés y época con las famosas tablillas. La elección no es fácil entre tanto Goya, Tintoretto, Carducho, Murillo, Granell o Brueghel. Pero lo dice sin ningún atisbo de duda: « El Gabinete del Coleccionista », afirma. El cuadro, también llamado El estudio del pintor , es obra de Fran Francken y un claro ejemplo de un género pictórico cuyo objeto era halagar al coleccionista, de clase pudiente, con una especie de catálogo visual de sus posesiones. En este caso, la escena incluye lienzos, esculturas, jarrones, pájaros, conchas, vidrios e instrumental científico. «Llama mucho la atención, es muy curioso. Forma parte de la historia del coleccionismo, que es la base de los museos, ¿no?», explica Penas. «Por cuestións persoais, porque estudiei Filoloxía, quédome cos bargueños da Pardo Bazán, pezas relacionadas coa súa escrita», asegura Patricia Carballal, responsable de la casa museo dedicada a la autora de Los Pazos de Ulloa y La Tribuna . Son dos muebles de madera con muchos cajoncitos como los que se construían en Bargas, provincia de Toledo. Uno es del siglo XVIII, de estilo florentino y hecho en abeto con incrustaciones de carey, boj y aplicaciones de bronce. Otro es del mismo siglo, pero imita la estética del anterior. Uno es de viaje, con asas para transportarlo allá donde fuera su dueña. El otro es para la casa, una arquimesa para apoyar en la pared y en la que Emilia Pardo Bazán guardaba los manuscritos que publicaba la temporada siguiente. «Era coma o seu fondo de armario, alí arquivaba a súa producción literaria», señala Carballal. Pero la pieza más preciada expuesta en el museo, aunque perteneciente a la RAG, la adquirieron hace tan sólo unas semanas. Mide nueve centímetros de alto y seis de ancho y se trata de un pequeño libro de poemas que la escritora dedicó a su hijo Jaime. Su amigo Giner de los Ríos le hizo una edición privada en 1881 -con el nombre del vástago como título- de 300 ejemplares y le regaló 50. «Estamos como locos porque o libriño é unha maravilla e moi difícil de atopar. Levábamos moito tempo tras el», dice. Lo fechó Juan Antonio de la Vega, padre de Juana de Vega, el 19 de septiembre de 1813, y ésta se lo entregó a la biblioteca en 1872. Es el Informe de la Comisión Especial para la División de Galicia en Partidos y Juzgados de Primera Instancia, es decir, el desglose de los 47 partidos judiciales que dividieron Galicia por primera vez. «Es un documento valiosísimo, que está prácticamente sin estudiar y que daría mucho juego a los investigadores», subraya Amparo Hernández, historiadora y miembro de la Fundación Biblioteca Casa Consulado. Pero de tener que escoger sólo una obra, se queda con toda una señora enciclopedia, que ni la Biblioteca Nacional tiene completa. Los 29 tomos de La descripción de las artes los tiene A Coruña. Publicada por la Academia de las Ciencias de París en 1764, repasa la historia de los oficios y técnicas antiguas de distintas zonas del mundo. «Sus ilustraciones son extraordinarias por su belleza y minuciosidad. Por eso sus planchas de cobre sirvieron para la enciclopedia de Diderot», explica Hernández. Aunque el tesoro más codiciado de la Fundación Luis Seoane es Mar del Orzán , un lienzo que el autor pintó en 1973 y valorado en más de 60.000 euros, la niña de los ojos de Silvia Longueira, la directora, es Homenaje a la Torre de Hércules , una colección de dibujos de Seoane prologada por Dieste y hecha en Buenos Aires en 1944. Un año después, el álbum fue incluido por el Instituto de Artes Gráficas de Nueva York y la Pierpont Morgan Library en el top ten de los libros de dibujos editados entre 1935 y 1945. «É unha verdadeira xoia, un imaxinario suxerente feito a milleiros de kilómetros do seu mar e da Torre», apunta Longueira. Una talla de Santa Bárbara de 30 centímetros, la joya del Museo Militar. Pasa casi desapercibida, frente a un casco imperial de aquella España que se extendía por medio planeta y junto a una detallada maqueta de la batalla de Elviña. Pero, al ser preguntado, el coronel Leoncio Verdera va directamente hacia ella. «Es única, excepcional», asegura el director del museo mientras abre la vitrina con prudencia. Señala una talla de madera policromada que representa a Santa Bárbara, la patrona de artillería. «Es de mediados del siglo XVII, originaria de Italia», sitúa, aclarando que es, a la vez, la joya más valiosa del museo y su pieza favorita. A la altura del pecho tiene un pequeño relicario, que guarda un hueso. «Es un huesillo de la santa autentificado hace siglos por el obispo de Mas Grossetta», termina Verdera. Xosé María Bello, el hombre que excavó el dolmen de Dombate y que descubrió las pinturas más antiguas de Galicia, mira los restos extraídos del megalito con cierta nostalgia. «Esa cuenta de collar tiene más de cinco mil seiscientos años», apunta el director del Museo Arqueológico señalando la vitrina del Castillo de San Antón en la que se conserva su aportación al conocimiento de la prehistoria de Galicia. Ésas son sus favoritas, pero cuando se le pregunta por lo más valioso, cambia de sala. «Lo llevamos a un congreso a Nuremberg hace poco y fue una de las estrellas del evento», cuenta del casco de Leiro. La joya, encontrada casualmente en 1970, es una lámina de oro repujada con decoración de círculos concéntricos y simbolismo astral. Hay pocas joyas en Europa que puedan compararse con esta. «No es un objeto doméstico, ni siquiera de ricos», asegura Bello, que le otorga un valor religioso y apunta que podría haber pertenecido a un rey o a un sumo sacerdote. «De noite non se pode ir porque ceiban ás estrelas». La frase, recuerda Ramón Núñez, salió de la boca de un niño de Muxía que creía que los técnicos del planetario capturaban las estrellas de día para enseñárselas al público, y las soltaban por la noche para que brillasen en el cielo. Ésa es, a la vez, la pieza preferida y la más valiosa del director de los Museos Científicos Coruñeses. «Se trata de una verdadera obra de arte», dice Núñez, mientras camina junto al proyector de estrellas. «Es una pieza que ya no se fabrica y que combina óptica, electricidad y ruedas dentadas para crear un espacio mágico. Nada que ver con los modernos planetarios digitales, que carecen de realismo», detalla Núñez. Como prueba de los efectos de esa puerta a las estrellas, relata dos reacciones: «Acababa de concluir una sesión y tenía delante de mí a dos personas mayores. Uno de ellos le dijo al otro: 'Cando estaba alí enriba, vendo todas aquelas estrelas, non quería irme. Quería morrer alí'. Años más tarde, Umberto Eco vino al planetario y reprodujimos el cielo del día que nació. Al salir, dijo que cualquier momento de su vida será menos oportuno para morirse que aquel. Allí te plantas ante la inmensidad del universo». «Este museo es como un traje de sastre, se hizo a medida de las piezas que teníamos», explica el abad de la colegiata, Rafael Taboada, sobre el Museo de Arte Sacro que diseñó el ourensano y Premio Nacional de Arquitectura, Manuel Gallego Jorreto. Ya dentro, no hay dudas. «La pieza más valiosa es la arqueta que regaló al cabildo de la Colegiata la reina Mariana de Neoburgo en 1691», asegura Taboada. El abad cuenta que «la reina viajaba en barco a Santiago de Compostela y recaló en la ciudad. Tras participar en la procesión del Corpus, que se celebraba el día de su llegada, partió hacia Santiago pero, un tiempo después y en agradecimiento por el buen trato que había recibido del cabildo, le regaló la arqueta y una custodia que se conserva en la Colegiata. Son verdaderas delicatessen de valor incalculable, piezas únicas en el mundo».