En directo | Recorrido en coche por la ciudad respetando el futuro límite de velocidad ¿Es posible cumplir a rajatabla la próxima normativa de tráfico? Para responder a la pregunta nos pusimos prudentes al volante. Y se montó una gorda
05 mar 2004 . Actualizado a las 06:00 h.Lo pude leer bien en sus labios a través del retrovisor de mi coche: «Im-bé-cil». Fue lo más bonito que me dijo un conductor en un semáforo. El hombre estaba enfadado porque el que escribe, que circulaba delante del que insulta, frenó cuando el disco estaba en ámbar y le privó de saltarse el semáforo. Así de duro es cumplir las normas de tráfico y circular a menos de cuarenta kilómetros por hora por las calles de la ciudad, el límite que será fijado por las ordenanzas municipales en un intento de reducir la siniestralidad. Circulaba a la velocidad del tranvía, pero era coche y no se alquila. Era el vehículo utilizado por el periodista y el fotógrafo, que ayer por la mañana recorrieron las principales arterias de la ciudad a cuarenta kilómetros por hora, la velocidad que puede alcanzar el gato común. Pero no el común de los mortales. Quien más y quien menos, por lo visto y, sobre todo oído (insultos y pitidos a destajo), ridiculizan no ya el futuro, sino el actual límite de velocidad, fijado en 50 kilómetros por hora. El viaje se presenta fácil. En teoría. Porque en la práctica, chaparrón de insultos y adelantamientos tormentosos. La misión: Respetar la futura ordenanza municipal y tomar nota de cómo reaccionan los conductores. Freno El primer tramo arranca (por decir algo) en Os Castros, y la Marina es el destino. Bajar la avenida del Ejército a cuarenta requiere el uso del freno. Y eso mismo es lo que tenían que ponerle a más de uno en la boca, pues a cincuenta metros del semáforo de Ramón y Cajal, y con el disco en ámbar, ir a cuarenta y frenando es una invitación a que insulten a uno. Dos conductores que me siguen hacen sonar sus bocinas, me animan a acelerar. No lo hago. Uno me adelanta por la derecha sin levantar el dedito del claxon. El otro no puede, así que se pone hecho una fiera. O dos. Frena su vehículo junto al mío, enseña los dientes y de su boca empiezan a salir palabrotas. Continúa la marcha. En diez metros, pierdo de vista al hombre que me insultó. Más adelante habrá más. Tres, que yo me haya enterado. Finalmente, y con poco tráfico, logro alcanzar la Marina en sólo siete minutos. El siguiente reto es recorrer todo el paseo marítimo, una de las vías de la ciudad donde más rápido se circula. El radar de la Policía Local llegó a sorprender a más de uno a velocidades superiores a los 120 kilómetros por hora. 56 coches Son las once y media de la mañana y la calzada está un poco despejada. Un vehículo que parece intentar despegar me adelanta y pasa junto a mi coche tan pegado como para bailar un chotis. En los catorce kilómetros del paseo marítimo me rebasan ¡cincuenta y seis coches!. A todos los vi por el retrovisor y a todos los volví a ver por el parabrisas. Quince minutos me llevó recorrer el paseo marítimo como Dios manda. Alcanzo la avenida de Finisterre es el siguiente test de la imprudencia. Señales por todas partes ponen un claro 50. Según la Ley, si un conductor supera en 30 kilómetros el límite de velocidad, será penalizado con una falta muy grave -dos faltas graves suponen la retirada del carné-. Por lo visto, en la avenida de Finisterre, entre la ronda de Outeiro y la Refinería, el prudente es la excepción. Insultos Mirando al retrovisor, aparece el típico Fernando Alonso con el típico bólido de chiringuito: cristales tintados, con más antenas que el Cesid, alerones y pegatinas. Circulo por el carril derecho. A mi lado viaja otro coche. A cuarenta y uno, por lo que el adelantamiento apunta a cámara lenta. Fernando Alonso frena a centímetros de mi defensa. Y zigzaguea. Intenta pasar hasta por el medio. Pita. Supongo que insulta. Logro pillarle una frase: «Vas pisando huevos». Y lo consigue. Más adelante me rebasa otro como el anterior. Calculo que circulaba a 130 kilómetros por hora. Pasó silbando. Cien metros más adelante, un milagro evitó que se estampara contra otro vehículo que salía de la gasolinera de Bens. Lo esquivó por los pelos. A cuarenta nunca pasaría.